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Una amistad nada surrealista

Una amistad nada surrealista

Esta exposición narra la historia de una amistad, la que mantuvieron dos grandes artistas del siglo XX: uno francés, André Breton; español el otro, Eugenio Granell. Se conocieron en mayo de 1941 en Ciudad Trujillo (República Dominicana), donde Breton hizo un alto en su camino hacia el exilio neoyorquino. Salió de París huyendo de los nazis. Granell, un joven republicano gallego también exiliado, ejercía por entonces como periodista y en calidad de tal se reunió con Breton en la terraza del hotel Palace para hacerle una entrevista, publicada el 21 de mayo en el diario «La Nación». Granell le preguntaba por sus actividades intelectuales durante su último año, por su definición del surrealismo y por si seguía siendo surrealista. «Continúo siéndolo», le respondió. También se interesó por sus amigos artistas e intelectuales. Le habló de Picasso, de Derain, de Gide, de Malraux... Cinco años más tarde, en febrero de 1946, hubo un segundo encuentro entre ambos, también en Ciudad Trujillo. Breton regresaba a París.

La galería Guillermo de Osma de Madrid reúne, desde el jueves y hasta el 28 de mayo, «los granell de André Breton». El artista francés llegó a atesorar siete óleos y cuarenta obras sobre papel -tintas, gouaches y acuarelas-, realizados en los años 40 y 50 por Eugenio Granell, a quien admiraba y de quien fue coleccionista. Algunas obras están dedicadas. Breton las conservó hasta su muerte en 1966. Y en su casa de la rue Fontaine de París permanecieron hasta que el legado del «Papa negro» del surrealismo se dispersó tras la subasta de su colección en 2003.

Guillermo de Osma, amante de las vanguardias históricas e incansable sabueso que olfatea las grandes piezas que salen al mercado, se hizo con parte de aquel botín: adquirió el óleo «L´heure d´été» -que el propio Granell ofreció a Breton- y algunas acuarelas. Gracias a la colaboración de Aube, única hija del artista y heredera universal, y la Galerie 1900-2000 de París, se pudieron reunir todas las obras de Granell, que ya se vieron en Santander y Pontevedra y ahora llegan a Madrid. Además, se ha rescatado la correspondencia que mantuvieron ambos artistas: se han traducido y publicado las cartas, que se hallaban en casa de Granell, guardadas en una carpeta, junto a recortes de prensa, artículos, fotos... Breton escribía siempre a mano y en francés. Las de Granell están en su mayoría escritas en español (Elisa, esposa de Breton, de origen chileno, se las traducía), pero también las hay en francés. La primera de las misivas publicadas, fechada hacia julio-agosto de 1946; la última, de febrero de 1961. La correspondencia se interrumpió en 1950 y 1951.

En una de ellas, enviada en París el 12 de enero de 1947, Breton le invita a participar en la Exposición Universal del Surrealismo que se celebró en la Galería Maeght en primavera de aquel año. Apadrinado por Breton, Granell entró por la puerta grande en el grupo surrealista, donde le incluyó en 1960 junto a nombres como Matta, Lam, Gorky y Giacometti. En una posdata de aquella carta le dice: «Procure ocultar en lo posible las modalidades de nuestro proyecto para evitar las indiscreciones periodísticas que no dejarían de ser perjudiciales». De los siete cuadros que Granell envió para la muestra sólo se exhibieron tres, como le advierte Breton en una carta en la que le agradece el regalo de «Cabeza de indio».

Admiración inquebrantable

A partir del 66, Eugenio y su mujer, Amparo, se cartean con Elisa, esposa de Breton. La primera es de pésame por la muerte del artista francés ese año: «La dicha de haber conocido a André fue el acontecimiento moral e intelectual más extraordinario de mi vida y nada me ha causado más honda satisfacción que la amistad que tuvo la bondad de dispensarme (...) Ni siquiera sabía que estuviese enfermo. Me lo reprocho duramente pues mi timidez, exagerada por lo mucho que lo respetamos, me frenó miserablemente muchas veces el deseo de escribirle reiterándole la permanencia de mi amistad y enorme admiración inquebrantables».

Pese a los 18 años que les separaban (Breton nació en 1896 y Granell en 1912), la relación entre ambos es, en palabras de Guillermo de Osma, «una historia de mutua seducción. Seducción intelectual, artística y moral». De Breton ya conocíamos su dotes seductoras como figura clave de la Europa del siglo XX, pero subraya De Osma que «también él cayó bajo el hechizo de Granell. Eugenio era un seductor nato. Era muy difícil no caer bajo el encanto de su frescura intelectual, de su humor, de su cultura, de su inteligencia, de su imaginación, de su hondura moral y de su franca humanidad. Es fácil entender que entre ambos personajes se tejiera una trama de amistad y complicidad estética».

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