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Ojalá me equivoque

OJALÁ me equivoque porque, si no me equivoco, la crisis económica va a ser un catarro comparado con el cáncer que puede llegarnos desde el nuevo Estatuto catalán. Una crisis económica gira en torno al dinero, poderoso e importante caballero, pero que puede recuperarse si ... se pierde. O sea, algo ajeno al sujeto, que no lo define ni determina. Una constitución, en cambio, define lo que es una nación, y si la constitución se licua o gasifica, tras ella va la nación. Es lo que tememos ante las noticias que corren sobre la sentencia cocida y recocida del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto catalán. Que no nos diga claramente si es constitucional o no. Peor incluso: que nos diga que es y no es constitucional al mismo tiempo, convirtiendo la Constitución española en plastilina, al dejar sus más controvertidos artículos al albur de eso que llaman «interpretación conforme», pura camelancia, pues hay tantas interpretaciones como pareceres, con lo que nos quedaríamos como estábamos, sólo que peor. Es lo que me temo: que se salve el conjunto del estatuto con parches aquí y apaños allá. Un enjuague, una componenda, un chanchullo con la «carta magna» nada menos.

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