¿Es un globo, es una ballena?
SI usted está harto, como el autor de este artículo, de ir a una exposición y no saber si se encuentra en una galería de arte o en una tienda de electrodomésticos, si usted no aguanta más tener que mirar el catálogo para averiguar qué ... es «aquéllo» que está mirando o necesita que un crítico se lo explique, le recomiendo que se acerque a la galería Saoba, donde los lienzos de Ferrer-Dalmau devolverán la tranquilidad a su espíritu y harán gozar a sus ojos. Advierto que se trata de una exposición viejo estilo, es decir, donde los hombres tienen aspecto de hombres, y los caballos, de caballos, con estampas de las guerras carlistas como tema principal, aunque no faltan imágenes de don Quijote y Sancho por los campos de La Mancha, que Cervantes hubiese querido para su manuscrito. Pintura que no necesita interprete, un diálogo directo entre el lienzo y el espectador, un manantial creativo encauzado por la fidelidad al objeto -figura o paisaje-, que se representa, sin concesiones a la última moda, un regreso a los orígenes de un arte que se ha ido por los cerros de Úbeda o del Kilimanjaro. ¿O es todo el arte el que se ha ido de boreo? Porque estamos llegando a un extremo en que cualquier cosa puede ser arte. Un cordero degollado y metido en formol, por ejemplo. O un tiburón, que es lo último, de momento. ¿Será lo siguiente una ballena? No me extrañaría, pues más que récords artísticos, parece que se trata de batir récords olímpicos. O más bien, de extravagancias. Lo que convierten galerías y museos en barracas de feria.
Aunque a lo que más se parece el «New Museum», el museo de arte novísimo de Nueva York, es a un «garbage dump», a un vertedero, pues allí se ven somieres desvencijados, sillas rotas, bicicletas tras pasarles un coche por encima (gracias a Dios, sin el ciclista, pero todo llegará), cajas de botones y pancartas, montones de pancartas con eslóganes tan viejos como todo lo citado. Nada de extraño que en la Tate Gallery, las mujeres de limpieza tiraran a la basura una escultura, tomándola por tal y que la que Richard Serra hizo para Madrid se haya perdido en un almacén municipal, sin que nadie sepa identificarla entre los cachivaches que hay por allí. Es la consecuencia de lo que Ortega llamaba la «hiperdemocracia», el exceso de democracia, que sin ser tan grave como la falta de ella, tiene también sus inconvenientes. El más grave, que cualquiera se cree con derecho a ser lo que le venga en gana, tenga o no capacidad para ello. Aunque abarca todos los órdenes de la vida, es en el arte donde se da con más frecuencia. Y del mismo modo que hay cantantes cuya voz chirría en los oídos, hay pintores que no tienen la menor idea de dibujo, de color, de tonalidades, de perspectiva. La ignorancia del gran público y la complicidad de los críticos hacen el resto. ¡Lastima que no ejerzan la crítica las mujeres de limpieza!
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