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Banderolas

PARA recibir a Zapatero, el alcalde de Sevilla —que está con un pie en la calle y el otro en la puerta— ha mandado colgar banderolas y gallardetes como si se tratase de la boda de Carlos V, que también se celebró, como el Consejo de Ministros, en los Reales Alcázares. Sólo han faltado los arcos triunfales y el Te Deum Laudamus Domine. A los andaluces nos fastidian mucho los tópicos orteguianos, sobre todo los del servilismo y la tendencia a entregarnos en espectáculo al visitante, pero no perdemos ocasión de caer en ellos y ofrecer de nosotros mismos una imagen cortijera, como en esa estampa cruel de «Los santos inocentes» —aunque ésta sucedía en Extremadura— en que llegaban los señoritos a entregar el aguinaldo a la endomingada servidumbre de la finca.

Zapatero traía un limosneo más bien roñica, con el importe de la célebre «deuda histórica» —otra expresión más bien mendicante, que tal parece que el hecho diferencial andaluz es que nos deben dinero-trocado en solares devaluados por la desinflada burbuja inmobiliaria y una calderilla para el PER que solivianta en Madrid a quienes lo confunden con el voto cautivo porque no saben que el verdadero mecanismo clientelar no está en los jornales agrarios sino en los subsidios institucionales. Pero sobre todo les traía a los socialistas andaluces una especie de socorro de emergencia en forma de operación de propaganda, en un momento en que a tenor de las encuestas el Gobierno bien podría haber declarado zona catastrófica su vivero electoral más querido. Como el zapaterismo ha licuado del todo la política, aventándola de contenidos a beneficio de la apariencia, la ayuda prestada ha sido más bien gestual, escenográfica y vacía de fondos, como si los talones del Estado estuviesen escritos con tinta simpática. Puro marketing: mucha parafernalia y poco dinero. En la pragmática Cataluña se habrían sentido insultados por la maniobra.

En realidad, y dada la caída en picado de la valoración del presidente, el cable se lo tendría que haber echado Griñán a él, que es el que está lastrando con su baja forma la larga hegemonía del régimen andaluz. Pero Griñán no tiene chequera de la que tirar, ni siquiera para firmar en barbecho, y además la gente no lo conoce y aún se pregunta quién es ese señor con barba que antes aparecía al lado de Chaves. Juntos, Zapatero y él parecen dos náufragos tratando de sostenerse mutuamente a flote, a base de trucos virtuales que es lo único que en este momento puede ofrecer la socialdemocracia. El clientelismo se basa en amarrar voluntades con la cuerda del presupuesto, pero cuando éste se queda corto se empiezan a escapar los votos de la gavilla. Entregar suelos baldíos en vez de inversiones contantes equivale a una confesión desesperada de insolvencia que no se puede tapar con las banderolas de Bienvenido míster Marshall porque míster Marshall está en quiebra y debe hasta de callarse.

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