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La elegancia de Miguel

Hace tiempo, en una revista mundana que se dedica a elegir a los y a las más elegantes del año, en la sección de caballeros, en medio de algunos actores bastante cursis, de deportistas de élite y de empresarios encantados de tocar papel couché, una mano sin duda sabia había introducido, hacia la mitad de la tabla, no sólo el nombre sino hasta la foto de Miguel Delibes.

¿Cómo era posible que en aquella valoración de corbatas con pañuelos a juego, de trajes excesivamente nuevos y de hombres vestidos como maniquíes apareciera nuestro querido Miguel con su eterna cazadora raída, su torpe aliño indumentario, su sincera dejadez para lo superfluo? Pues sí. Así fue. En ese mundo frívolo, y quizá necesario para sobrellevar la vida, alguien había mirado hacia adentro, al fondo de los ojos y no al tamaño de las solapas, y había dado en la diana.

Desde que conocí a Miguel Delibes, a principios de 1975, poco después de la gran pérdida de su vida; desde nuestro primer encuentro en su antigua casa del Paseo Zorrilla, siempre pensé que Miguel estaba, miren el diccionario, dotado de gracia, nobleza y sencillez como pocas personas había yo conocido y, desde luego, como ninguna de las públicamente reconocidas.

Desde entonces, hace ahora 35 años, he comprobado y disfrutado en comidas y sobremesas, en charlas telefónicas y cartas escritas siempre a mano, en trabajos para producciones cinematográficas y teatrales, en luchas contra la censura allá en los inicios, en tantos momentos, de esa elegancia innata junto a una sutilísima capacidad de observación para los pequeños detalles de los que extraía un mundo y, algo de lo que se habla poco, de su genial sentido del humor.

Todo esto —elegancia, observación, humor y un apasionado interés por la dignidad del hombre y su entorno— tuvimos todos la suerte de que se orientara hacia la literatura y de que Miguel Delibes tuviera, además, esa capacidad de narrar que sólo tienen los grandes y que convierte a sus personajes rurales o de provincias en seres universales y trasforma sus ciudades y sus pueblos en lugares de cualquier rincón del mundo.

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