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La leyenda negra

Pongamos que fuese posible desplazarse en el tiempo girando una ruedecilla, como esa que llevan los transistores pegada al chasis. Y que, al recorrer el dial, oyésemos de nuevo, en rápida sucesión, los comentarios que España ha cosechado en Londres, París, Nueva York o Roma ... durante los dos últimos años. ¿Qué percibiríamos? Una caída dramática de nuestra imagen en el extranjero. La mudanza se explica en parte por nuestros propios pecados: cifras macroeconómicas desalentadoras, y una política exterior errática. Pero hay más. Los observadores foráneos, máxime los británicos, parecen haber recuperado un desdén hacia lo español que sólo recuerdan por estos pagos los mayores de cincuenta años. Leire Pajín y el ministro de Fomento llegaron a insinuar, mientras sonaba el trueno gordo a principios de febrero, una conspiración internacional. Propongo una tesis alternativa y me temo que más deprimente. Diarios como el Financial Times, y otros que tal bailan, combinan la maestría técnica con una carencia notable de espesor intelectual. Lo que ello significa en la práctica, es que un columnista medio del Financial, por diestro que sea en su oficio, está expuesto a los lugares comunes, sin excluir los más ramplones, que subsisten agazapados en su medio nacional. ¿Qué lugar común ha aflorado en Gran Bretaña, y no sólo en ella? El de la leyenda negra, atenuada por el tiempo en una suerte de prejuicio antiespañol, en una como tendencia a endosarnos estereotipos aprendidos en el tebeo. El ingreso en la normalidad europea, y algunos éxitos ulteriores, nos llevaron a pensar que el coco se había esfumado para siempre. Pero vuelve. Vuelve como vuelven a las sobremesas los chistes de leperos. No se trata de una fantasía, ni de una paranoia, sino de un hecho, irritante para los españoles y documentable hasta la extenuación. Enfilemos el asunto con perspectiva.

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