Baltar hasta la eternidad
No cabe duda de que la inesperada victoria electoral del PP en las pasadas elecciones gallegas se sustentó fundamentalmente, como todas las que se consiguen desde la oposición, en la absurda carrera de equivocaciones a dos manos de nacionalistas y socialistas, que dieron una insólita ... imagen de incoherencia y división durante una legislatura marcada por la constante contraprogramación de los dos aliados.
El enredo tuvo su apoteosis final en la incapacidad de reaccionar ante el aluvión de críticas por el despilfarro denunciado por este periódico en sillas, ventanas, estanques y coches más caros que el de Obama, tal y como reconocen ahora con indisimulada irritación los más reputados voceros y escribientes de cámara del PSOE.
Pero junto a fallos ajenos, es justo atribuir a Alberto Núñez Feijóo la eficacia de su campaña de manos abiertas y, sobre todo, el acierto de su compromiso de renovación de un partido con evidente peso específico en la Comunidad, pero lastrado históricamente por los enfrentamientos fraticidas de boinas y birretes y carcomido por las ínfulas de soberanía particularista de los barones provinciales que un Manuel Fraga en la recta final de su carrera nunca fue capaz de domeñar.
Al presidente regional del PP no le tembló el pulso a la hora de articular la sustitución de Francisco Cacharro Pardo, uno de los dirigentes con más historia dentro del PP, e incluso de AP, con el ya conocido coste electoral de la pérdida temporal de la Diputación Provincial, ahora en manos de otro bipartito en el que se repiten los mismos vicios que en el que malogró cuatro años desde la Xunta.
Resulta por ello aún más sorprendente el desparpajo con que José Luis Baltar decide unilateralmente eternizarse en el poder al frente de la corporación provincial de Ourense, con el peregrino argumento de que lo hace para ir acabando con cualquier enfrentamiento derivado de la victoria de su hijo José Manuel en el pasado Congreso del partido, obviando el escándalo por las contrataciones en la Diputación de algunos de los compromisarios.
El caudillo orensano con afán de eternidad, da cada vez más la impresión de basar su osadía en el sórdido recuerdo de la soterrada amenaza de transfuguismo con que salpimentó los últimos años de presidencia de Manuel Fraga al frente de la Xunta, cuando se llegó al extremo de que un grupo de diputados reclutados entre sus afines, con su propio hijo a la cabeza, permanecieron escondidos en un piso para presionar al fundador del PP.
Mal podrá Feijóo reclamar firmeza frente a los continuados desaires de José Luis Rodríguez Zapatero si no aplica el mismo criterio de rigor ante los que protagoniza un político que prestó sin duda grandes servicios en el pasado, pero cuya continuidad lastraría ahora la imagen de todo el PP, quizás de forma irremediable.
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