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Mi gato Remo odia a la TDT

LOS amigos que vienen a casa, cuando ven la vidorra que se pegan, los lujazos de que gozan y los cuidados que reciben los tres amos y señores que nos permiten a Isabel y a mí vivir como de acogida en ella, nuestros gatos Remo, Rómulo y Romano, nos dicen: «Si hay reencarnación, en una nueva vida yo quiero ser gato en vuestra casa». Están equivocados en cuanto a la propiedad. Todo el que ha sido adoptado por un gato sabe que el verdadero dueño de la casa es el peludo amo. A nosotros nos permiten vivir allí como domésticos siervos de su gleba.

Pero a Remo, el protagonista de mi libro «Gatos sin fronteras», algo se le ha quebrado en esta vidorra que se pega. Estos seres privilegiados, tan hermosos y armónicos, tan elegantes, saben que en el antiguo Egipto fueron dioses, y eso no se olvida tan fácilmente. Los gatos son los mejores termómetros de interior que existen. Si en una casa con gato quieres saber qué rincón es el más fresquito en verano y más calentito en invierno, no tienes más que observar dónde el peludo amo se pone a dormitar su dulce ronroneo de felicidad. Los gatos son tan frioleros como los andaluces del poema carcelario del «ojú, qué frío» de José Hierro. Y Remo echaba el invierno en su lugar calentito preferido: encima del televisor de la salita. Sobre las ranuras de ventilación del viejo y hondo aparato, bien calentito. Había sentado plaza de muñequita flamenca de Marín; ya saben, las tonterías que compraba la gente «pancimartelevisó». Me refiero, claro, a los antiguos televisores, a los de tubo catódico, hondos y profundos como un río de América. El de Remo era un Sony de toda la vida, que estaba allí desde que mi hijo Fernando veía en su pantalla Barrio Sésamo o Los Chiripitifláuticos. Remo le tenía a su calentito escabel tanto cariño como nosotros.

Pero vino, ay, la dictadura de la TDT, en esta España donde lo que no está prohibido es obligatorio. Nos íbamos a quedar sin ver la tele como no pusiéramos la TDT antes del 10 de marzo, decía imperativamente un faldón que aparecía en la pantalla, sembrando el mismo terror que Herodes cuando anunció la matanza de inocentes. Y llamamos al técnico para... Iba a decir para que nos pusiera el adaptador de TDT en la tele, pero no: para que le pusiera a Remo la TDT en «su» televisor. No fue posible. El aparato era tan antiguo que no tenía euroconector. Imposible ponerle la TDT a Remo en su televisor. ¿Qué hacemos? Ah, ahí tenemos una tele que regalaron con los cupones del periódico, y que trae el TDT incorporado. Pongámosla en la salita. Y nos la instalaron y sintonizaron. Ea, ya no nos quedaremos aislados del mundo con el apagón analógico. Ea, ya tenemos TDT de pantalla plana. Planísima. De las que llaman algo que a mí me suena a transfusión o a donación de sangre: «de plasma».

Y Remo, que lo inspecciona todo a cada instante en sus dominios, entró al punto en la salita. Vio el que creyó televisor de todas sus siestas y pegó su exacto y armónico salto medidísimo a su calentita altura habitual. ¡Cataplás! ¡Qué peludo pellejazo se pegó el pobre Remo, cayendo tras el televisor de pantalla plana! Remo no sabía que los televisores nuevos no tienen escabel calentito para gatos, como el viejo Sony de sus complacencias. Y muy digno, se levantó de su jardazo con pantalla plana y se fue a un rincón. Deprimidísimo. Desde entonces Remo mira con tristeza a la TDT. Ni Don Alfonso XIII en su destierro de Roma veía las fotos del Palacio de Oriente con la pena con que Remo mira al televisor de su destronamiento. Lo odia. Y ahora sé por qué. No es sólo por la pérdida de su solio de gatuno soberano de la casa. Según el secretario de Estado de Telecomunicaciones, el Gobierno se ha gastado 500 millones de euros en esta imposición dictatorial de la TDT. Vamos, en dejar a Remo sin su sitio calentito del viejo televisor. Y Remo siente su odio eterno de gato romano a la TDT porque como fue dios en Egipto, sabe que gastarse ahora en plena crisis 500 millones de euros en esta eurochuminada es un contradiós.

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