Cómo correr siempre un poco más que la propia conciencia

Frente a la interpretación que Miguel Ángel Solá esculpe para Gerardo Herrero y su película, «El corredor nocturno», uno tiene la impresión de que es posible ver en lo cerrado, leer en lo oscuro, violar la correspondencia sin abrirla… Es tan precisa, tan confusa, turbia y a la vez atractiva que te obliga a agarrarte a la película con las dos manos: ¿quién o qué es?… Pero resulta inútil buscarlo a nuestro alrededor; acaso, el secreto consista únicamente en volver la mirada hacia adentro..., por ahí bulle, sí, el personaje que interpreta Solá.

Gerardo Herrero reparte cartas, no muchas: el mundo laboral…, el espantoso mundo laboral y las dos o tres cosas importantes que hay que gestionar desde su interior, como la familia, la ambición, la lealtad… Y deja que se forme el grumo de un enigma, una sensación de complot: al protagonista, un joven directivo de una empresa (gran Leonardo Sbaraglia), se le atraganta el hueso de la realidad, la crisis, la empresa, la carga, la obligación y la duda acerca de la consistencia moral de sí mismo (o sea, consistencia amoral), lo que resuelve la película mediante un interesante juego entre lo que son cristales y lo que son espejos.

El resultado es un minucioso y desolador dibujo del ser humano, de sus aspiraciones y de su conciencia, milagrosamente trazado con un sentido del humor y de lo sombrío espléndidos. Un apunte al que nadie en el mundo, salvo Solá, hubiera sabido darle el grueso justo a ese trazo.