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Ciudadano Touriño

Ciudadano Touriño

Un año después de su derrota, es un diputado casi anónimo. No acude con asiduidad al hemiciclo y, cuando lo hace, generalmente es el último en llegar y el primero en marcharse. Disfruta de despacho, secretaria y coche. No es excesivo su compadreo con el grueso de sus compañeros de filas. Sus criterios tienen más cabida en la prensa que entre los suyos desde que Manuel Vázquez lo relevase en el liderazgo. En la última sesión, la de esta semana, su ausencia del debate de la nueva Ley del Suelo, que cuenta con el respaldo de su partido, fue tan clamorosa como significativa.

Lleva meses desbarrando contra la norma que impulsa el PP y presumiendo de que en su mandato tanto él como la entonces consejera de Política Territorial, María José Caride Estévez, habían dado un revolcón (intelectualmente, se entiende) a la ordenación del territorio. Con su abstención, el socialista con un inconfundible tono profesoral que otrora ostentó el cargo de mayor responsabilidad en su tierra, la presidencia de la Xunta, demuestra que únicamente vota lo que le apetece. «He pasado página», explicó en una conferencia reflexiva sobre la situación económica en el mundo el pasado noviembre. Fue su reaparición, luego del contundente fracaso del experimento bipartito. Entendió que debía guardar un silencio prudente, alejado de los focos. En esta charla, auspiciada por la Fundación Iniciativas 21, recordó que había facilitado la transición sin interferencias, que la campaña de los populares había sido dura, y que se equivocó al no contestar. Nada aclaró de su criticada tendencia al lujo, denunciada por ABC: reformas millonarias, estanques, ventanales opacos, un coche más caro que el de Obama... Hablará con este periódico cuando equis tienda a infinito, una variable temporal imposible; en su agenda no encuentra un hueco aún para una audiencia.

«Está tranquilo, feliz, y seguramente no querrá verse en problemas ahora», exponen sus amigos. Vive en Santiago, baja todos los días a las 9.30 a comprar un periódico, y le gusta desayunar fuera. El Hostal de los Reyes Católicos, en la legendaria Plaza del Obradoiro, es uno de sus destinos fetiche. Tiene dos hijos, Andrea y David. Su vástago es economista, como él, y le ha dado su primer nieto. Todavía hoy este abuelo cree que no ha perdido las elecciones por negarse a adelantarlas, como pretendía el ministro de Fomento, el lucense José Blanco. Rehúsa volver a la primera línea, pero piensa en un think tank. En la red sigue reinando. El juego «Decora tu despacho» de abc.es barrió. Y en Facebook, no lo olvidan.

La Touripedia

Emilio Gálvez Román es el autor del grupo «Un fuerte abrazo a Emilio Pérez Touriño»; y Mónica Lameiro, la de «1.000 gallegos (y no gallegos) que detesten a Emilio Pérez Touriño». No obstante, el triunfo absoluto es para la Touripedia, herramienta para entender la extraña forma de hablar del coruñés. «¡Para que luego hablen de Chaves!», ironizan sus artífices. Los vocablos están en gallego, lengua en la que más se confunde, pero hay algunos fácilmente entendibles: anda bancha, artígolo, bereficioso, denemonizar, fadorable, melgavatio, no ofende quien lo hace sino quien puede, pinto de vista, Maniano Rajoy, setonta (por setenta), Xacabeo... Trescientas mil visitas.

El batacazo electoral lo encajó en Tenerife. En el aniversario, no se sabe qué hará. Con su mujer Esther Cid, con la que se casó en 1972, se le ve alguna vez paseando por Compostela. Con la universidad (ya no ejerce como profesor) aspira a colaborar en algún proyecto, seguramente un laboratorio de ideas que se centre en la eurorregión Galicia-Norte de Portugal. Fue alumno del histórico líder nacionalista Xosé Manuel Beiras, en la primera promoción de la Facultad de Económicas, y se quedó en su departamento cuando quiso dedicarse a la enseñanza. Su único hermano, Claudio, murió a causa de una leucemia. «¿Setenta y cuatro? Si son 75 parlamentarios, ¿quién falta?», curioseaban los cronistas en el hemiciclo el martes. Un escaño vacío, el de un invisible Touriño que sólo se hizo notar cuando llevó un cabestrillo.

«Abro la puerta a una nueva etapa. No hay lugar para el desánimo», espetó el 2 de marzo de 2009 tras su dimisión como secretario general del PSOE de Galicia. En la política española, caracterizada por los brochazos gordos, un grupo de periodistas se preguntaba en la Rúa do Pino, sede de su partido, por el significado de estas últimas palabras. Emilio Pérez Touriño había parido una frase para la historia en un día de funeral, rostros desencajados y torpes disculpas. Después de refugiarse en teorías conspirativas para excusar su súbito destronamiento, llegaba el momento del obligado consuelo. «¿Habrá desayunado con alguna oferta, no? Seguramente será eso, claro», aventuraban los reporteros que seguían habitualmente su actividad.

La profesión se lanzó a la búsqueda de información, hablando con todos aquellos que lo conocían y habían estado cerca de él. Algunos desviaban la mirada, y no querían ni valorar. Otros, opinaban que la diferencia entre estar en la lista negra o no era, simplemente, una prórroga, y más bien corta. El resto, que debería adaptarse a los nuevos tiempos, o engrosaría la nómina de especies extinguidas. Pero tal vez, para resolver la incógnita, había que apartarse de las tertulias pugilísticas que apestaban a ideología y de ese edificio que, entonces, mostraba los restos de un naufragio. Ninguna otra idea había provocado la adicción que ésta, quizás por la forma de contar la historia. En aquel momento, nadie se figuraba que era otro de sus alegatos de encantador de serpientes.

El resultado final fue agridulce. Hacer ascos a cualquier escapatoria sería irresponsable, debió pensar, y se guareció en el Palacio del Hórreo para salvar su cuenta doméstica. El cargo de parlamentario llano se lo ha tomado con una enojosa calma chicha. En doce meses, solamente ha chequeado cuatro propuestas (tres peticiones de comparecencia para que miembros del ejecutivo de Alberto Núñez Feijóo diesen la cara en el pleno y una proposición no de ley), cuando la media de sus señorías asciende a unas ocho iniciativas por semana. El cotejo es inapelable.

FOTOS MIGUEL MUÑIZ

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