Cómicos jaquetones

Lo malo de esta memoria histórica en virtud de la cual por el mar corren las liebres y por el monte las sardinas es descubrir que uno le debe dinero a todo el mundo. Así, por ejemplo, la media docena de militares que quedaban a tomar café en el «Kon-Tiki» de la plaza de San Juan de la Cruz para hablar mal de Franco. O los cómicos que quieren convertir en una Anábasis la huelga de actores de 1975 contra la doble función. De hacer caso a los cómicos, estaríamos ante un motín que puso en jaque a Franco, aunque Franco pasara del teatro, pues lo que le gustaba era el cine. «¿Por qué se proyectan tantas películas americanas?», preguntó en El Pardo a una comisión de cineastas. «En todas ellas se exalta el divorcio y se desconoce la familia. Es preciso hacer películas españolas. ¿Por qué no llevan al cine la zarzuela «Marina»?» Bueno, pues igual que las cupletistas se echaban unos novios que presumían de haberle hecho pasar muy malos ratos a Napoleón, los cómicos presumen ahora de haberle hecho pasar muy malos ratos a Franco, y eso es porque van a pedir dinero, que la crisis aprieta como un zapato nuevo. Lo del 75 no fue nada del otro jueves, pero ya Larra explicó en «Yo quiero ser cómico» la vanidad de nuestros cómicos. Lo cierto es que en el 75 también estábamos en crisis, y los cómicos pedían como alemanes cantando. Por eso fueron a la huelga. Luego, por denuncia de un galán que gustaba a Cary Grant, hubo algunas detenciones, y Juan Diego pasó mucho susto en la comisaría, pues entonces estaba prohibido coquetear con los partidos comunistas del mismo modo que hoy está prohibido coquetear con los partidos nazis. ¿Rodero poniendo en jaque al régimen? ¿Y Escuer? ¿Y...? Es igual. Este marxismo retrospectivo presta a los viejos cómicos la extrema satisfacción de saber a qué conduce la intriga de su historia, mientras los jóvenes becarios creen encontrar en ella las raíces del arbusto de habichuelas mágicas de Periquín. Cada día, pues, un cuento.

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