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Acerca de nuestro sobreendeudamiento

Al estallar, con claridad desde julio de 2007, la crisis financiera internacional, y dificultarse la llegada de ahorro externo, la depresión se hizo presente en España de modo cada vez más agudo. Pero en vez de intentar atajarla gracias a una mejoría del sistema productivo, gracias a lo que denomina una política económica por el lado de la oferta, y así tres años después nos encontraríamos casi en franquía, se prefirió hacerlo por el lado de la demanda, terminando por acentuar el gasto público. La expansión productiva, sobre todo desde 2003 en adelante, había tenido lugar financiándola con deudas de las economías domésticas, de las empresas no financieras y de las instituciones financieras. Al apretar la situación, desde 2008 se unió a las anteriores una deuda pública que crece a gran velocidad.

Como nos ha mostrado el profesor Jaime Terceiro en su valiosa aportación a la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas «Crisis económica y energética», en enero de 2010 un informe de McKinsey mostraba que a partir de 2008 nuestra deuda pública era el 47% del PIB; la de las familias, del 85%; la de las empresas no financieras, del 136%, y la de las empresas financieras, del 75%. El conjunto supera el 342% del PIB. Según este investigador, en 2009 esto nos sitúa «con una cifra superior al 360%». Lo ratifica Marcos Ezquerra en «Cinco días» de 10 de febrero de 2010 al estimar que al cierre de 2009 este sumatorio «suponía unos 3,9 billones de euros», o sea el 390% del PIB. Sólo Japón, entre los países desarrollados, tiene un porcentaje mayor. Le sigue España emparejada con Gran Bretaña. Y el proceso no se ha detenido en bastantes de estos ámbitos. Víctor Relaño, en «La Gaceta» de 13 de febrero de 2010 escribe que las instituciones crediticias españolas lograron créditos hasta situarse en enero de 2010 en un 34,4% por encima de la cifra de enero de 2009 en el Banco Central Europeo. Esto cuando el conjunto de las instituciones del Eurosistema precisaban de un 6,64 % menos.

Como las deudas han de pagarse, lo anterior señala que cada español, si el reparto fuese igualitario, tiene un pasivo de unos 87.000 euros, y cada familia, como media, una deuda de 200.000 euros. Lógicamente preocupa a los mercados financieros si esta carga es soportable. De ahí, por ejemplo, que el excelente economista francés Michel Santi, sostuviese en «Le Monde. Economíe» el 9 de febrero de 2010 que «una conjunción astral muy desfavorable tiene lugar en España, con un déficit presupuestario del 11,4% del PIB, un endeudamiento global público y privado del 300% del PIB -claramente más elevado que el griego-, un paro igualmente importante, del orden del 20% (4,5 millones de desempleados) y, sobre todo, un sistema crediticio que tiende a ser frágil».

Una y otra vez conviene recordar que el gran economista italiano Bresciani-Thuroni, en su obra «The economics of inflation. A study of currency in post-war Germany 1914-1923» (Allen & Unwin, 1937) achaca el famoso caos económico alemán de los años veinte a la «irresponsable» política fiscal alemana, que desde 1913 trató de arreglarlo todo con deuda pública. Sin olvidar que al hacer la recensión de este libro en «The Economic Journal», Joan Robinson señaló cómo lo agarró todo una política que no congelaba los salarios alemanes.

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