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Michael Jackson se confiesa

El libro recoge treinta horas de conversaciones del cantante con el rabino Shmuley Boteach, en las que habla sobre los malos tratos recibidos durante su infancia, sus hijos, sus primeros amores, los celos que Madonna sentía hace él...

Michael Jackson se confiesa

Por estrambótico que parezca, este libro tiene su origen en Uri Geller. El mismo que doblaba tenedores y cuchillos y paraba relojes ante un epatado José María Íñigo. Fue él, vecino del autor, quien presentó el rabino al cantante. Es una más de las extravagancias que acompañan la publicación de «Confesiones de Michael Jackson. Las cintas del rabino Shmuley Boteach», basado en treinta horas de grabación, a partir del año 2000 y durante el tiempo que duró su amistad.

Una amistad profunda, por lo que se puede deducir del texto. Sin duda, hay quien achaca una buena dosis de oportunismo a su edición, precisamente ahora. Sabedor de esta circunstancia, Shmuley Boteach comienza diciendo que fue el mismo Michael quien le pidió que lo hiciera. Eso sí, antes de acabar de mala manera su relación. No está tan claro que mantuviera la misma opinión a lo largo del tiempo. Pero, a estas alturas, ¿quién puede afirmar una cosa o la otra?

Los celos de Madonna

Lo que es cierto es que la estrella habla de todos los temas por escabrosos que sean: los malos tratos de su padre, su relación con los niños, sus matrimonios, sus hijos, su misoginia, el consumo de fármacos, las operaciones de estética... Eso sí, hay que tener en cuenta que el que transcribe las conversaciones no es un periodista. Por ejemplo, si Michael Jackson dice que Madonna tenía celos de su fama, en lugar de seguir preguntando por la artista, se interesa por el efecto de los celos en el ser humano. También son muy frecuentes las referencias a la Biblia y a las costumbres judías. Se le acusó a Shmuley Boteach, en su momento, de querer convertir a Michael al judaísmo, y el se defiende explicando que lo que quería era a ayudar al ídolo sobredimensionado a buscar una vida espiritual, aunque fuera recuperando su antigua religión, la de los testigos de Jehová.

Admiración por la infancia

Y además, es un rabino con un obvio afán de notoriedad. «Me comentó que le resultaba más revelador hablar conmigo que con el Dalai Lama», llega a decir Shmuley de su amigo. Por eso utiliza a la estrella del pop para acompañarle a dar discursos ante audiencias cultas acerca de las relaciones entre padres e hijos. El pretexto es intentar conducir la desmedida admiración de Michael Jackson por la inocencia y la infancia hacia algo positivo. Resulta significativo que a Shmuley le cayeran mal Britney Spears y Justin Timbarlake porque cuando los conoció, al tiempo que ellos conocían a Michael, apenas hicieran caso a su discurso moral sobre la familia, y en cambio estuvieran obnubilados con el ídolo pop.

Por otro lado, en muchas ocasiones existe la impresión de que más que las opiniones del cantante, estamos descubriendo las del propio escritor. En cualquier caso, acierta cuando opina que hay dos personas en una: por un lado, se encuentra una persona frágil, que se hace famosa porque busca el cariño que no encontró en su familia -resultan espeluznantes algunas declaraciones acerca de los malos tratos que le infringía su padre-; y, por otro, la megaestrella que se cree un ídolo y que ve normal que la gente acampe en las afueras de su casa o que se desmayen al verle. «Complejo mesiánico», lo llama el predicador.

A lo largo de las 288 páginas del libro encontramos, en mitad de conversaciones un tanto surrealistas, citas realmente jugosas de Michael Jackson.

La amistad de ambos acabó cuando Michael empezó a rechazar los continuos consejos del rabino. Fue entonces cuando éste se atrevió a aventurar que si alguien no lo evitaba, Michael acabaría malamente...

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