Tantas luces como sombras
Tanto su pintura como su vida estuvieron marcadas por las luces y las sombras. No podía ser de otra manera, tratándose del maestro del claroscuro. Michelangelo Merisi da Caravaggio murió a los 39 años, hace cuatro siglos. Pero, ¿quién fue realmente este pintor con fama ... de maldito? Relatan la vida de este milanés biografías como la de Helen Langdon (Edhasa), la ambiciosa monografía dedicada a Caravaggio, obra de Sebastian Schütze, que acaba de publicar Taschen, o un exquisito relato de Andrea Camilleri, «El color del sol» (Salamandra). Sus maravillosas obras dan fe de un genio y talento inconmensurables, pero sus biografías nos desvelan su horrible carácter. Le retratan como un hombre rebelde, provocador, agresivo, violento, extravagante, soberbio, vanidoso, irritable... Fue tan temido como admirado. Llevó una vida tormentosa, como la mayoría de los genios, plagada de trifulcas, asesinatos, encarcelamientos, huidas... Dicen que dormía completamente vestido y con su puñal. Experto espadachín, cosa que demostró a menudo, tuvo constantes problemas con la justicia a causa de refriegas callejeras -visitó a menudo la cárcel-. En una de ellas hirió de muerte a Ranuccio Tomassoni y tuvo que exiliarse.
A pesar de ello, siempre gozó de la protección de los hombres más poderosos: el cardenal Francesco María del Monte, el marqués Giustiniani, Scipione Borghese o Alof de Wignacourt, gran maestre de la Orden de la Malta, a la que Caravaggio logró ingresar tras mucho empeño, y de la que sería expulsado. Siempre se ha especulado con su homosexualidad -difícil saberlo, pues no hay escritos suyos-, especialmente por su relación con algunos de sus andróginos modelos, como su amigo y pintor Mario Minitti (lo vemos rezumando carnal erotismo en «Baco», «Muchacho con cesta de frutas» o «Joven mordido por un lagarto») y su sirviente Cecco, que posó para sus dos desnudos integrales masculinos, rebosantes de sensualidad y descaro: «El amor victorioso» y «San Juan Bautista». En su cuadro de la decapitación del Bautista, Caravaggio firma en la propia sangre de San Juan. Y se autorretrató en algunas de sus escenas más brutales y dramáticas. Pocos como él han buceado con tanta intensidad en las pasiones humanas. Quizá sólo Bacon, con quien se midió hace poco en Roma.
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