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El Guggenheim de Nueva York se pone flamenco y en bata de cola

El Guggenheim de Nueva York se pone flamenco y en bata de cola

Blancas las calles y el vecino Central Park, blancas las paredes de la magnética rotonda del Museo Guggenheim, el color lo tenían que poner -no podía ser de otra manera- los casi sesenta trajes que componen el desfile-espectáculo «Dressed to dance» (Vestido para bailar), que ha organizado la Comunidad de Madrid dentro de su programa Made in Mad, y que ha servido como prólogo para el Flamenco Festival. Para apoyar la iniciativa, el director general del Inaem, Félix Palomero, y la viceconsejera de Cultura de la Comunidad, Concha Guerra, como mascarón de proa de una nutrida representación oficial.

La colosal tormenta de nieve que ha paralizado Washington impidió que el desfile se pudiera presentar en la Corcoran Gallery de la capital norteamericana, con lo que la velada del Guggenheim se ha convertido en única. La idea, concebida por Margaret Jova, ha sido presentar una selección de trajes creados para espectáculos de danza española y flamenco: desde los clásicos de Picasso para «El sombrero de tres picos» que montó Diaghilev, hasta piezas de Lorenzo Caprile, Miguel Adrover o Devota & Lomba.

Junto a ellos, figurinistas vinculados al teatro como Pedro Moreno («Fuenteovejuna», de Gades), Jesús Ruiz («El loco») o la oscarizada Ivonne Blake («Cambalache»); la larguísima falda-bata de cola que Armani creó para Joaquín Cortés; históricos diseños de Vicente Viudes, Néstor y Víctor María Cortezo; trajes ideados por los propios bailarines, desde María Pagés a Rocío Molina, pasando por Luisillo o Antonio Ruiz Soler. A ello se suma el diseño que Dalí hizo para la Doña Inés del«Tenorio» que ilustró a finales de los cuarenta.

Singular espectáculo

Carlos Chamorro fue el encargado de coreografiar y dirigir el singular espectáculo, en el que participaron una veintena de bailarines; el propio Chamorro, Rocío Molina, Manuel Liñán y María Pagés concentraron el mayor protagonismo de una velada que prometía más que lo que ofreció, sin duda por las difíciles condiciones del lugar y por una iluminación que privaba de todo misterio al desfile. Con todo, la danza española conquistó el Guggenheim, se pudo ver la variadísima paleta de colores del vestuario ideado para nuestro baile y se saborearon pequeños bocados de flamenco de calidad, que le dieron color y calor a la helada noche neoyorquina.

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