El Atlético malvive en su montaña rusa
Aguirre, Abel y Quique repiten desde 2006 un esquema y un once similar. La eterna debilidad de la defensa y la falta de un líder en la media les hizo amarrar resultados. A los tres meses en el cargo, Sánchez Flores se la juega. Y Pantic espera
Enrique Cerezo manifiesta que espera disputar la final de Copa con Quique en el banquillo. El presidente confía en el entrenador. Sánchez Flores sabe que su futuro pende del hilo de tres semanas. La mala trayectoria en la Liga exige triunfar en las semifinales y no acercarse a los puestos de descenso, que le miran con mal de ojo a seis puntos de distancia. El eterno miedo a reeditar el infierno del 2000 ha encendido de nuevo el botón de alarma. Pantic, que a punto estuvo de ser el elegido en octubre, se encuentra en la recámara. Las urgencias obligan a tener el hospital preparado para curar al enfermo.
El mero rumor de cambiar por tercera vez de técnico en una temporada delata que los problemas no se encuentran en el banquillo.
Caminero, el último director
La afición también opina que la crisis no es cuestión de entrenadores, sino del nivel de una plantilla que requiere una remodelación. Carece de un constructor de fútbol desde que Caminero se marchó con la llegada de Sacchi en 1998. Sin un líder creativo como primera solución, Aguirre (06-09), Abel (nueve meses en 2009) y Quique (tres meses en cartel) han recurrido al mismo esquema, 4-4-2, y a duplicar los pivotes destructivos (Assunçao, Raúl García). Los tres han terminado por salir a sujetar resultados, dadas las graves deficiencias defensivas y esa eterna ausencia de un timonel, «handicap» que ha maniatado a los preparadores desde la llegada de Manzano en 2003.
Aguirre fue echado en febrero de 2009 después de llevar al club a la Liga de Campeones, meta que tardó once años en alcanzarse. La irregularidad de sus hombres en la Liga 08-09 acabó con sus tres años de lenta evolución.
Fue la inseguridad de Seitaridis, Perea y Pablo la que consolidó su propuesta miedosa. Sentó al griego y llegó a alinear un «trivote», sin extremos. Nunca evitó que el once se partiera en dos, hecho que denuncia la falta de una idea.
Tomó el testigo Abel (ayer cumplió cincuenta años) y repitió visado para la Copa de Europa, ayudado por el borceguí de Forlán (32 goles). Ni ese éxito le salvó. Era despedido ocho meses más tarde.
El club no creía en él. Le renovaron por conseguir la cuarta plaza. En julio solicitó el fichaje del mediocampista ofensivo y no le hicieron caso. Quería aplicar un 4-2-3-1 adelantado y el plantel se cerró en tablas. Resignado, volvió a los mimbres del mexicano. Hizo una cosa bien: quitar a Maxi. Las vacas sagradas ya no tenían sitio fijo.
Quique: Tiago, la esperanza
Quique (ayer cumplió 45 años) le sucedió el 25 de octubre. Al cabo de tres meses, la historia se repite. Su recuperación de Reyes para el fútbol no le ha impedido sufrir el mismo talón de Aquiles: una anarquía defensiva galopante (33 goles recibidos en veinte jornadas) y un once que vuelve a partirse en un 5-5.
Flores quiere convertir a Tiago, un media punta, en director de un rombo. Hasta ahora ha mantenido la columna vertebral de Aguirre: Ujfalusi, Perea, Antonio López, Assunçao, Raúl García (Tiago) y Simao. Han pasado tres técnicos y la vida rojiblanca sigue igual. ¿Hasta cuándo?
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