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«Las FARC destruyeron mi amor con Ingrid»

«Las FARC destruyeron mi amor con Ingrid»

Tras esperar a su esposa, secuestrada por una banda de criminales de las FARC, durante seis años, cinco meses y nueve días, Juan Carlos Lecompte descubrió repentinamente que ella le daba la espalda, su matrimonio se precipitaba en una crisis fatal y él pronto quedaría arruinado. Su libro «Ingrid y yo. Una libertad agridulce» cuenta la historia del encuentro, amor y desamor y batallas políticas entre Lecompte e Ingrid Betancourt. Una historia que tras el secuestro se precipitó en un desencuentro trágico entre los antiguos amantes, desde el mismo día en que ella fue liberada, el 2 de julio del 2008.

—El día más feliz abrió un pozo sin fondo, en el momento mismo del reencuentro, en el aeropuerto donde ella volvía a la libertad.

—Yo había dejado mi trabajo para consagrarme en cuerpo y alma a su liberación. Estaba al borde de la ruina. Y descubrí, de repente, que Ingrid, mi mujer, me trataba con mucha distancia. Incluso mi presencia parecía mal venida. Le di un beso en la mejilla. Pero no me lo devolvió. Se limitó a acariciarme las mejillas. Ese gesto trivial, anodino, continúa persiguiéndome. Fue una bofetada, terrible.

—Mientras ella estaba secuestrada, usted luchó por su libertad; pero también hizo algunas tonterías \[Ingrid le acusaría después de infidelidad\].

—Yo no diría eso. Hice todo lo que pude, en cuerpo y alma. De corazón. Incluso hice algo absurdo. El primer verano que estuve sin ella llegué a tatuar su rostro en mi brazo izquierdo. Cuando mi madre vio el resultado de mi decisión me dio un buen rapapolvos, diciéndome: «Pero, hijo... ¿y si Ingrid no vuelve o tu te enamoras de otra mujer?». En aquel momento, me pareció una frase muy dura. Luego, desgraciadamente, terminaría diciéndome que mi madre podía tener razón.

—La liberación de Ingrid Betancourt se transformó en un combate internacional, en el que usted jugó un papel muy relevante, apoyado por personalidades como el secretario general de la ONU. Pero también recibió respuestas negativas de personalidades que se negaron a condenar el secuestro, como Gabriel García Márquez.

—Es cierto. Mi madre y la madre de Ingrid conocían a García Márquez, desde mucho antes del secuestro. Y ambas fueron a verlo, por su cuenta, para intentar conseguir su apoyo, su intervención. García Márquez se negó a condenar la acción de las FARC.

—¿Le dio alguna explicación?

—No. Supongo que le planteaba algunos problemas... intervenir ante Fidel Castro, intentar conseguir que Castro usara su influencia ante las FARC. Para nosotros hubiera sido muy importante la condena del secuestro. Todos nuestros intentos fracasaron. García Márquez no quiso intervenir.

—Las acciones destinadas a conseguir la liberación de su esposa abrieron las primeras grietas familiares.

—Yo siempre me llevé muy bien con el primer marido de Ingrid, y con sus hijos. Me parecen personas formidables. Con la madre de mi esposa las cosas se complicaron pronto. Ella despreciaba casi siempre lo que yo decía o proponía, que consideraba ridículo. Es una mujer que tiene mucha personalidad e influencia y consiguió un trato de favor de la radio que emitía mensajes dirigidos a los tres mil secuestrados por las FARC. Todos los familiares debían pasar por el calvario de conseguir una comunicación telefónica. Ella consiguió que la llamaran en su casa y hablase la primera, siempre. Yo debía esperar mi turno, mucho tiempo, esperando que me cogiese la centralista para poder leer mi mensaje a mi esposa.

—Las primeras grietas de su amor quizá comenzaron entonces.

—Bueno... el amor también puede ser víctima de malentendidos y desilusiones. Temo que fue ella quien hizo circular los rumores de posibles adulterios, totalmente imaginarios. Varios amigos me advirtieron muy pronto, contándome que mi suegra hablaba mal de mí, dirigiéndose a su hija, lanzando mensajes del tipo más patético, como... «hija, alguien que tu conoces te está traicionando». Más tarde, temo que fue ella quien difundió otra lamentable historia con una periodista que me montó una encerrona. Hasta los hijos de Ingrid llegaron a creérsela. Afortunadamente, puede hablar con ellos, explicarme. Y comprendieron que yo había sido víctima de una encerrona.

—¿Es o no cierto que usted traicionó a su mujer cuando ella estaba secuestrada, en la jungla?

—Es falso. Siempre estuve enamorado de Ingrid.

—Sin embargo, usted también comenzó a dudar de la fidelidad amorosa de su esposa, secuestrada.

—Hacia 2006 comenzó a hablarse, en Colombia, de parejas amorosas, o aventuras amorosas, o relaciones amorosas, cosas así, en la jungla. Los tres americanos que estuvieron secuestrados con Ingrid afirman que mi esposa tuvo una aventura amorosa o sexual con un antiguo senador, Luis Eladio Pérez, que también estaba casado. Él lo ha desmentido. Pero hay quienes no lo creen. Él también estaba casado.

—¿Cual es su opinión sobre esa posible relación entre un hombre y una mujer, solos, en la jungla, secuestrados?

—No sé que pensar. Si esa relación hubiese sido cierta, me da miedo el cinismo de un hombre que, cuando lo liberaron, llegó a decirme que Ingrid seguía estando locamente enamorada de mí. Si alguien le dio a mi esposa el cariño que necesitaba me alegro por ella. Es algo que me hubiese gustado aclarar, entre nosotros, en la intimidad. Pero Ingrid evitó por todos los medios hablar a fondo cuando la liberaron. Se marchó a París. Siguió viajando. Me dio de lado. Me pidió dinero. Pero nunca tuvimos una conversación de fondo sobre nosotros.

—En ese sentido, las FARC no solo son una organización criminal: también destruyen lo más íntimo de los seres humanos

—Es horrible. Se piensa que las FARC todavía tienen secuestradas a otras 3.000 personas. Ingrid prometió que la liberación de esos seres humanos sería el primero de sus combates, en libertad. Hace tiempo que no la oigo hablar de ese problema. Se sabe que muchas de las parejas se rompen tras un secuestro. En mi caso, está claro que esos guerrilleros narcotraficantes destruyeron nuestras vidas, nuestras pareja, nuestro amor. Sin ese crimen, Ingrid y yo seguiríamos juntos. Éramos una pareja feliz: unidos en el lecho amoroso y en la acción política.

Ella pidió el divorcio. ¿Ha rehecho usted su vida amorosa?

—Si. En eso estoy.

—El cuento de hadas entre dos antiguos amantes termina hoy en un infierno judicial.

—Lo nuestro fue como un cuento de hadas, en el amor y en la política. Ingrid es una mujer muy valiente. Desde su liberación, sin embargo, hay muchas cosas que no entiendo ni he podido discutir con ella. Nuestro amor se transformó en algo muy raro, que pudo ser más trágico, si ella hubiese muerto. Pero conseguimos liberarla. Mi libro es una historia de amor y de amor propio, el mío.

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