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Hermanos y cómplices del delito

«Rafita» no se dejó ayer ver por Alcorcón. Estará ocultó una temporada hasta que se diluya su última acción. «Cuando tiene problemas aquí se va a la Cañada», dicen algunos vecinos. Los dos últimos meses su presencia y la de los suyos ha sido constante

«“Rafa” no está aquí. Marchaos y dejarnos en paz de una vez», vociferó ayer Manuela Fernández, la madre del trístemente famoso individuo, instantes antes de dar un sonoro portazo y meterse en su casa con cara de pocos amigos. «Ayer yo estaba en plaza de Castilla por otro hijo (“Edu”), no por él (“Rafita”)», gritó, sin que nadie le preguntara, antes de darnos, directamente, con la puerta en las narices.

Justificaba así su presencia en el juzgado de guardia el domingo. Jornada en la que en algunos momentos llegó a estar acompañada por una comitiva de unas 30 personas —quinquilleros como ellos— por la detención del citado Eduardo García Fernández, de 24 años. Éste es otro de sus seis hijos, delincuentes desde niños. A la vez, intentaba exculpar a su archiconocido otro descendiente a raíz de su participación en el salvaje crimen de Sandra Palo, que cometió a los 14 años. Este asesinato ha ensombrecido la abultada carrera delictiva de su hermano, que suma 23 antecedentes penales en sus 24 años de existencia.

En realidad no era un hijo, sino dos, los que fueron puestos a disposición judicial ese día. Por eso estaba ahí. La ración de detenidos era doble. Ya que el segundo, apodado «Bubu» o «Buba», era uno de los tres sujetos que, junto a «Rafita» o «Pumuki» como también se le conoce, estaban serrando el cepo de un coche en el PAU de Carabanchel.

Un delito que se quedó en tentativa al avisar varios vecinos a la Policía. Les pillaron cuando huían en el coche con el que se habían desplazado y que les fue intervenido. «Buba», su hermano y cómplice en su precoz mundo delictivo, es el que menos para en Alcorcón.

Tensión en su edificio

«Está más en la Cañada Real. Viene de vez en cuando. Es el que menos se parece al resto. En lugar de ser rubio, de ojos azules, piel clara y complexión delgada —como la madre— es moreno, fuerte y rechoncho, a decir de los pocos vecinos, que se aventuraban a hablar, tras asegurarse que nadie les oía.

El ambiente parecía muy caldeado ayer en ese hogar de Alcorcón, en donde los seis vástagos de Manuela, todos varones, se han criado sin normas ni límites de ningún tipo, tal y como han reiterado los sucesivos informes técnicos y psicológicos de los funcionarios que han supervisado al «Rafita», tanto a su salida del centro de internamiento como en los realizados estando ya en régimen de libertad vigilada.

«Pertenece a una familia instalada en la marginalidad, con historial delictivo, que ha crecido en un ambiente carente de normas». «Es un analfabeto funcional y la violencia y los hechos delictivos son valorados como atributos de poder y masculinidad». No en vano, comenzó su carrera delictiva con siete años. Otros siete después cometió uno de los crímenes más atroces que se recuerdan. Esas son las señas de identidad del clan García-Fernández, y de su mayor exponente, según dichos estudios, que definen a la perfección el ambiente que se palpaba en su casa y en el edificio.

La tensión era la tónica. Y las amenazas del nutrido grupo. «”Sus” voy a abrir la cabeza. “Sus” voy a matar», advertían a gritos a los redactores de este periódico por las ventanas del bloque colindante en donde viven varios familiares.

Nadie osaba hablar en ninguno de los los seis bloques del Ivima que forman el denostado inmueble por el temor a represalias. Sus gestos al ser interpelados veladamente eran totalmente elocuentes. Ni una palabra. Por si acaso.

El telefonillo del portal del domicilio de «Rafita» y su familia estaba arrancado de cuajo, los cristales de una de las puertas, destrozados, muchos buzones, sin cerradura, y todas las puertas permanecían abiertas de par en par.

«Garbanzo negro»

«El edificio se construyó hace 10 años y ha sido un garbanzo negro para esta zona, cercana a la estación de Renfe y al hospital», subrayaba un residente antiguo del zona. Aunque la mayoría de los residentes son gente trabajadora y sencilla «esa familia y sus colegas estropean el ambiente siempre que vienen».

Ahora llevan dos meses, desde que se dijo que «Rafita» estaba escondido en la Cañada Real, donde la familia tiene una parcela. «Cuando tiene problemas aquí, se mudan allí, y viceversa. Ninguno trabaja y no les falta de nada. Está claro de qué viven...».

Cuando Rafita volvió a su barrio, tras abandonar la Cañada, al principio salía con discreción. Por la noche. Con capucha. Luego, «ha cogido confianza». Algunas madres cuentan que ya no dejan a sus hijas ir solas al colegio. «Desde que volvió a Alcorcón. Tenemos miedo». Ayer no se le le vio. Esperará a que escampe.

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