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Se acabó el agua

Se acabó el agua

Los extranjeros navegamos los barrios más peligrosos de Haití forrados con todo lo que tenemos. No hay bancos ni cajeros, todo se paga en efectivo y a precio de guerra. El día que se nos acaben los dólares que traemos habrá que encontrar otra manera de volver a casa.

Lo bueno es que no hay nada que comprar. Todas las tiendas de la capital que no han quedado reducidas a escombros están cerradas, nadie se arriesgaría a una avalancha. Mucho me hubiera gustado poder comprar algo tan básico como una manta, pero aquí no hay esperanzas de recibirla ni como refugiado.

El tesoro más preciado

Pero precisamente porque no hay nada que comprar, el dinero tampoco es lo más codiciado en este momento. El convoy mejor escoltado que he visto desde que llegué a Haití atravesó la carretera esta mañana con un aullido de sirenas y tres o cuatro tanques de la ONU. Varios camiones repletos de cascos azules armados hasta los dientes custodiaban la valiosa carga: Un camión de agua.

Y si bien más de un haitiano se hubiera tirado al asalto si no hubiera habido tantas armas a su alrededor, hasta los periodistas que vivimos al amparo de la ONU lo miramos con envidia. El líquido transparente a través del plástico realmente brillaba bajo el sol como si fuera oro a nuestros ojos. Esta noche precisamente se nos acabó el agua.

Toda la que teníamos la trajimos a cuestas de Santo Domingo entre una compañera y yo. Una garrafa cada una, sin coche ni transporte público hay que ser autosuficiente, sólo se puede tener lo que cada uno pueda cargar. Con estas temperaturas los suizos nos habían aconsejado cinco litros de agua diarios por persona. Nos dio la risa, con suerte uno al día.

Agua, pedían a gritos los habitantes de Carrefour esta mañana, el segundo barrio más pobre de Haití, que con sádica crueldad ha sido el epicentro del terremoto. No recibieron más que galletas, porque aunque la ONU reparte tabletas potabilizadoras de agua, no está segura de que sea lo más adecuado. Sin la debida explicación, muchos se las tragan como pastillas.

No se preocupen, yo no me moriré de sed, estoy segura de que quienes están a mi alrededor nunca lo permitirán, pero no crean que es fácil ni para los privilegiados como yo. Quienes comparten esta noche mi trozo de césped al ras son cargos distinguidos como el cónsul de Portugal en La Habana, el responsable de la Oficina de Ayuda Humanitaria de la Unión Europea para el Caribe, la corresponsal del Periódico de Cataluña y el portavoz del Programa de Mundial de Alimentos. Ninguna de nuestras influencias ha servido para lograr un saco o una manta, pese a que lo hemos mendigado por todos los contingentes internacionales.

Limadas las diferencias sociales

Hemos cenado tras repartirnos una ración de comida militar que la Embajada española dejó en el campamento de los uruguayos al evacuar a nuestros paisanos, y nos la hemos apropiado sin muchos escrúpulos, pese a la resistencia de los sudamericanos. Como decía un irlandés que anoche se deleitaba con una camiseta limpia con el sello de una agencia de cooperación, “esto no se llama robar, sino redistribuir”, lapidó a lo Robin Hood.

Para la cena el del programa mundial de alimentos ha repartido con nosotros su galón de agua y mañana tendrá que buscarse la vida para encontrar más. El cónsul portugués se ha hecho la cama con dos cartones y se ha tapado con un papel de aluminio, mientras que el representante de la UE, el más preparado, ha abierto generosamente su saco para que las dos chicas pudiéramos dormir y evitar la humedad del césped.

En el aparcamiento junto a la caseta de la guardia civil y la policía nacional, los dos equipos de Televisión Española y el de Cuatro duermen en los coches. La presentadora de este último ha cortado su toalla en tres trozos para que los de TVE tuvieran con qué secarse el cuerpo en caso de que pudieran usurpar un grifo al aire libre que tiene el contingente colombianos. Los de la televisión pública le han correspondido con un litro de césped para que puedan ir a grabar un falso directo por la mañana. Después del agua, la gasolina es el líquido más codiciado.

Como ven, el terremoto de Haití no sólo ha aplanado Puerto Príncipe hasta el nivel del mar, sino que también ha limado justicieramente las diferencias sociales. Casi me da pudor contarlo, porque por muchas penurias que suframos los privilegiados nada se compara con la indigna lucha entre la vida y la muerte que sufren quienes hemos venido a ayudar, pero si nosotros estamos así, imagínense cómo están los que ya eran pobres y miserables antes del martes pasado.

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