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Pillaje entre cadáveres

El contingente español alerta sobre los primeros enfrentamientos entre distintas facciones haitianas

Pillaje entre cadáveres

Ya no deambulan como zombies por las calles con la mirada perdida. Marchan con paso decidido y la vida en un hatillo con lo poco que les queda. Nadie sabe muy bien a dónde va toda esa gente que camina apresurada con una televisión en la cabeza o una maleta en la moto, pero todos se van. Los mueve el miedo a paso firme. Hay que salir de la ciudad. Temen un inminente estallido de la violencia. La historia de Haití lo presagia, y la tensión de la noche también.

Según informa Reuters, la Policía haitiana ha detenido a medio centenar de saqueadores y está recurriendo a todos los efectivos a su disposición para mantener el control de las calles de Puerto Príncipe y evitar estallidos de violencia que puedan afectar las tareas de rescate y atención médica, según informó este sábado el inspector general de la Policía de Haití, Jean-Yonel Trecile.

Las bandas que desvalijan las tiendas de la calle Deluras llevan consigo un ejército de macheteros que los protegen de la improbable aparición de la Policía haitiana, que brilla por su ausencia. En las calles no hay ejército local, cuerpos de rescate haitianos ni patrullas de policía. Sólo los cascos azules de la ONU se abren paso común entre las calles bloqueadas de escombros para escoltar a su personal frente al peligro de las revueltas.

Fuentes del contingente español reconocen a ABC su temor ante «posibles enfrentamientos» entre distintas facciones haitianas. Los primeros tiroteos comenzaron a escucharse ayer en la noche cerrada de Haití. Se masca la tensión como el polvo. Las bandas que se reponen de la sorpresa están obligando a punta de pistola a los que duermen en la calle a que entren por ellos en las casas medio derruidas completar el expolio.

La hora de la desesperación

«Ahora es cuando esto se pone peligroso», reflexiona Alejandro López Chicheri, portavoz del Programa Mundial de Alimentos de la ONU. «Han pasado las primeras 72 horas, que son clave. Se les empieza a acabar la poca comida que han sacado de las casas, están irritados, les puede la desesperación».

Contra todo anticipo, no hay silencio sepulcral en las calles abarrotadas de una ciudad aplanada el martes pasado por la furia de un devastador terremoto. Los cientos de miles de personas que vivían en las laderas, apiñadas de chabolas y casas precarias, se han instalado en las aceras de las calles principales y apoderado de cualquier trozo de suelo donde puedan desplegar una manta. Tres palos y un plástico es ya un lujo camino del aeropuerto, donde han crecido de la noche a la mañana auténticos campos de refugiados en cualquier parking o lote abandonado.

No hay lágrimas, nadie le hace ya caso a los muertos, sólo molestan. Ocupan sitio en las aceras, su hedor inmundo revuelve los estómagos vacíos, las moscas se amontonan en torno a ellos. Por eso nadie pestañea cuando un camión de basura pasa por la ciudad triturando cadáveres como si fueran deshechos comunes. Entre ellos y las grúas mecánicas han enterrado ya unos 9.000 cadáveres en fosas comunes, y ni siquiera se nota en las calles. «¡Recoged a los muertos de una vez!», grita airado un haitiano al paso de un camión de la ONU, mientras señala un montículo en la acera del que emergen pares de pies retorcidos.

Muertos y sin techo

El terremoto del martes habría producido entre 45.000 y 50.000 muertos, estimaba ayer la Cruz Roja Internacional.En otra estadística escalofriante, y todavía provisional, la ONU calculaba que el terremoto ha dejado sin techo al menos a 300.000 personas. El seísmo de grado 7 en la escala Richter habría destruido sólo en la capital, Puerto Príncipe, el 10 por ciento de las viviendas, el 70 por ciento de las concentradas en un radio de quince barrios céntricos.

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