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La amenaza de la igualdad

Esta reflexión podría llamarse también «el éxito y la justicia de la desigualdad», si me dejan proponerles otro título que a tantos parecerá aún más provocador. Se lo parece a casi todo el mundo, ya que, salvo una minoría de irredentos, todo el espectro político ... ha asumido casi por igual la sacralidad incuestionable de la igualdad entre los individuos y las culturas. A quienes discuten esta religión del igualitarismo -con todos sus muchos dogmas- lo convierten directamente en paria o enemigo del bien, nada menos. Y cualquier medio es bueno para combatirlo. El fin del igualitarismo es tan sagrado que todos los medios contra los herejes gozan automáticamente de justificación y eximente plena. Esto no es nuevo. La pérdida de la libertad a través de la dictadura de la igualdad preocupaba ya a Tocqueville. Pero ya sabemos que éste era un puñetero aristócrata francés que merece estar más olvidado aún que Montesquieu, aquel maniático defensor de la separación de poderes.¡Cuántas veces se ha hecho ya a lo largo de la historia! Acabar con la libertad en nombre de la igualdad. Volvemos a las andadas. Es una lacra intelectual con hondas raíces en la cultura occidental. Pero mientras las sociedades más sólidas cuentan con resistencias claras a esta imposición forzosa del mínimo denominador común, otras más débiles -claramente la nuestra- se revelan inermes ante la ofensiva de este igualitarismo que quiere convertir nuestra sociedad en una inmensa granja de experimentación avícola. En la que recortar las alas a todas las aves de la fauna para que tengan el vuelo de las gallinas.

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