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Del ayer y del mañana

JUAN Pedro Quiñonero, el más brillante de los corresponsales presentes en el periodismo español, nos recordaba ayer que mañana se cumple el primer medio siglo del fallecimiento de Albert Camus. Entonces, para enfrentarnos al asfixiante esencialismo de la época, muchos éramos existencialistas. Personalmente, repartía mis admirativas devociones entre Miguel de Unamuno, Jean Paul Sartre y Camus hasta que Ingmar Bergman me redimió con un gigantesco bostezo, el de El séptimo sello, de tan demoledora enfermedad. En una de sus novelas menores, La caída, Camus había dicho que el hombre moderno se define por dos constantes, fornicar y leer periódicos. Ello tuvo mucho que ver, ante la imposibilidad de instalarme profesionalmente en el primero de los parámetros, con mi vocación informativa. El tiempo ha demostrado que también lo de los periódicos ha venido a menos y, en degeneración perpetua, la lectura ha dejado sus sitio a la contemplación de los programas de la televisión que, con un reparto de pequeños monstruos y sin esencia alguna que rellene la imagen, reverdecen el existencialismo de menor cuantía. Seguimos entre La náusea y La peste, pero ambas sin encuadernas y en su prístino sentido literal.

José Luis Rodríguez Zapatero, la ilusión de vivir sin sentido crítico alguno, proclama «con entusiasmo» -¿no sería mejor que lo hiciera con racionalidad y prudencia?- que como presidente semestral de la UE alentará una economía «más productiva, innovadora y sostenible». Es curiosa la espiral biográfica del líder socialista. Antes, sólo en León supieron de su verdadera condición. Ahora, toda España tiene referencias de su incapacidad para prevenir una crisis y enfrentarse a ella con decisión y eficacia. Mañana, el Viejo Continente sabrá quién es Zapatero. La socialdemocracia y el feminismo, si no van acompañados de otros ingredientes menos manoseados y vulgares, son un equipaje escaso. Dice Soraya Sáenz de Santamaría, bombero de guardia del PP, que Zapatero «sólo quiere ganar tiempo frente a la crisis» y es posible que tenga razón; pero el tiempo que «ganan» los políticos es siempre, por compensación, el que perdemos los ciudadanos a la espera de nuevas y más propicias circunstancias. Podríamos aprovecharlo, quizás, releyendo a Camus; pero Unamuno aguanta mejor el paso del tiempo y, existencialismo por existencialismo, mejor el de producción nacional.

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