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Los «gorrillas», más agresivos

gorrillas, agresivos

El mapa de los aparcacoches alegales, más conocidos como «gorrillas», se ha modificado durante el último año. Continúan en los aledaños de hospitales públicos y privados, fundamentalmente, y siguen siendo inmigrantes irregulares, en su mayoría del África occidental. Pero, según denuncian algunos vecinos y comerciantes: se ha incrementado su presencia y su agresividad. Quienes se llevan la peor parte son los residentes de las calles San Modesto y Antoniorrobles, ubicadas junto al Hospital Ramón y Cajal, en Fuencarral.

«Si antes había diez «gorrillas» en la cuesta, ahora hay treinta o cuarenta», indica la camarera de un local. Desde las 8.00 de la mañana hasta primera hora de la tarde, los africanos invaden los alrededores del centro sanitario individualmente o en grupos de dos y hasta cuatro personas. «Aquí se pueden llegar a sacar hasta 60 euros al día», asevera uno de los porteros de un edificio. Mientras, relata que hubo una noche en la que rajaron las ruedas a una vecina por no darles dinero. «Cada vez son más agresivos. Si la gente les da un euro, se lo tiran y luego les arañan el coche», advierte. Antonio Manuel, un residente que lleva en el barrio desde hace más de medio siglo mantiene la misma opinión. «Si les dan céntimos, pegan patadas a los coches».

La solución para algunos pasa por poner el estacionamiento regulado, aunque en la otra parte de la M-30, donde está el hospital La Paz, la zona azul no ha servido para nada. «Antes lo respetaban, pero ahora se han ido allí. Se les queda pequeña esta zona», dicen con sorna.

«Salgo a cuchillazos»

El dueño de un restaurante, que prefiere mantener oculta su identidad, ha tenido «muchos problemas» con los «gorrillas». «Antes les daba bocadillos y ahora salgo a cuchillazos con ellos. El Ayuntamiento no puede permitir esta imagen deplorable».

El hostelero asegura que sus ingresos se han visto reducidos un 60% debido a la presencia de los africanos. Para colmo del empresario, se ha visto obligado a contratar un aparcacoches «para dar seguridad a mis clientes, pero ni con ésas». El hostelero, al que le han roto los cristales de su vehículo, le han rajado las ruedas y le han abollado la chapa en algunas ocasiones, está convencido de que va a tener que cerrar su negocio «como otros del barrio».

Iyke es un nigeriano de 22 años que se dedica a esta forma de ganarse la vida. Lleva medio año en España. Esperaba encontrar un «oficio» mejor, pero su situación es irregular. Era fotógrafo en su país. «Allí no hay trabajo y no está bien pagado», dice. Tanto a Iyke como a su compañero Sunday, de 34 años, les gustaría trabajar «en cualquier otra cosa», «pero no hay papeles», admite Sunday.

A los dos «gorrillas» africanos les parece «muy mal» la actuación violenta de otros compañeros. «Sabemos que algunos roban GPS y radios del interior de los vehículos. Lo hacen para comer, pero no es bueno», alega Sunday. Iyke extrae de su bolsillo un total de seis euros en monedas. Ambos señalan que ganan entre 10 y 15 euros al día.

En los alrededores del Hospital Clínico persiste la presencia de estos «trabajadores». Su personal asegura que hay miedo porque algunos amenazan a los conductores. Más sosegados son los «gorrillas» de La Latina, en su mayoría toxicómanos y «sin techo», y del Templo de Debod, a quienes lo que más les molesta es «que ni siquiera den las gracias por indicarles un aparcamiento», reprende un camerunés de la calle Irún.

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