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Viva Francia (con perdón)

ME han gustado los toros hasta el punto de que durante muchos años calenté el cemento en Las Ventas del Espíritu Santo de Madrid. No llamé a la tauromaquia Fiesta Nacional porque nunca vi una fiesta y sí una expresión artística que me llevó a la pintura, a la literatura, al periodismo y a encontrar en el albero la gran metáfora del hombre solo frente a la vida. Nunca hablé de Fiesta Nacional porque conocía a españoles que sin tener una Constitución por Estatuto vivían al margen de los toros: vivían y dejaban vivir. Las únicas fiestas nacionales que conozco son la siesta, la paella, nuestra secular tendencia a la pereza y el puente de la Inmaculada.

Ahora unos parlamentarios desnortados por la borrachera identitaria creen que el problema son los toros, y en eso nos tienen entretenidos. Un día son las consultas separatistas, otros los crucifijos, ahora los toros. Es lo más moderno, prohibir. Prohibido ser español, prohibido el Cristo encima de un encerado, prohibido que José Tomás se vista de tabaco y oro en Barcelona. Habrá que hacer algo, porque no contentos con meter la mano en nuestras carteras, ahora acometen contra nuestras conciencias. Y ahí ya no. Y ahí no hay por qué soportar que tipos con la facha intimidatoria de Joan Tardá te llamen asesino cuando vas a una plaza.

Habrá que reconocer sin embargo que la lidia no pasa por su mejor momento. Le falta verdad. El diestro de Galapagar es un hombre solo frente a tanta mediocridad vestida de luces. Aquí a cualquier sota de espadas la llamamos maestro; a una mona, toro; a una afición excitada y borracha, respetable; a un junta duros, empresario; al periodista sobre-cogedor (separo la palabreja con toda la intencionalidad) revistero. Así, los enemigos de la lidia han ganado su batalla apoyados por unas decenas de políticos que odian a España. Pero aquí estamos, aguantando. Ocurre que los defensores de la lidia han bajado la guardia de un espectáculo que no se sostiene con trampas, y de todas, la peor es la de la mediocridad. Hace años en Las Ventas un aficionado harto de ver cómo un torpe varilarguero se empleaba contra el burel envío al público este mensaje lleno de angustia y desesperación: ¡Y el caballo, qué estará pensando el caballo!

Nos quedará París siempre. París nos pone una silla en el G20, nos trae a los nuestros del Chad, nos limpia las calles de etarras, nos soluciona el problema de Aminatu Haidar, sus políticos firman manifiestos de apoyo a los toros. En Francia no cierran las plazas, las llenan los aficionados que perplejos se preguntan lo mismo que el caballo de Las Ventas: Y estos españoles, qué están pensando estos españoles.

fmadero@puntoradio.com

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