Las amargas lágrimas del impostor
JAVIER CORTIJO
De todos los lances pictóricos, el autorretrato es el más arriesgado. No debe ser sencillo mirarse sin miramientos al espejo y luego, en un escorzo de rebote, volcar el reflejo en un lienzo. Pues si tal doble mortal es chungo, no digamos cuando ... la auténtica identidad del implicado lleva escondida y fosilizada a cientos de kilómetros de distancia desde hace sesenta años, y lo que presenciamos sobre fondo blanco es un boceto nublado y autofalsificado pero dibujado con el pulso de acero de los impostores requeteconvencidos. Superad eso, Freud y Dorian Gray.
Idéntico birlibirloque se plantean Fillol y Vernal en este documental con alma de road movie, ya que prácticamente queda limitado a registrar las diversas etapas del viaje (a ninguna parte, claro) que Enric Marco, quien fue «desposeído» de forma oficial sumarísima hace unos años de su título, y puesto laboral prácticamente, de veterano de los campos de concentración nazis, llevó a cabo para demostrar lo indemostrable: que una mentira repetida durante décadas puede transformarse en una verdad.
En los antípodas de otro ejemplo de no ficción con el fake de serie como fue «La sombra del iceberg» (estrenada hace justo un año y un día), el filme nos regala unas alpargatas de papel para que recorramos el camino de piedra de la trola de Marco, asistiendo algo incómodos a sus encontronazos con «lo real», al derrumbamiento de su memoria de miga de pan y, en última instancia, a la lenta desesperación de un anciano que, en el fondo, no sabe quién demonios es ni ha sido. Un trabajo neutral, árido y más psicológico que histórico que contiene una inquietante moraleja: qué triste debe ser el presente y desesperanzador el futuro cuando obligan a inventarse el pasado más horrible y escalofriante imaginable.
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