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Ley antitaurina: el toreo catalán entre rejas

La amenaza contra la Fiesta alcanza esta semana su punto culminante. El Parlament decide si la ILP contra las corridas sigue adelante. Toreros de la tierra confiesan sus miedos, reivindican su historia y sus raíces catalanas y claman por la libertad

Ley antitaurina: el toreo catalán entre rejas

Con el sol a punto de partir, una torera terna, símbolo de la Cataluña de otrora, se ha citado en la Puerta Grande de la Monumental de Barcelona. Luis Barceló, José María Clavel y Enrique Patón. Los tres matadores alzan la mirada y contemplan con nostalgia su plaza. Patón pisa con el pie derecho el umbral y cruza la verja. Agarrado a los barrotes y con la mirada perdida, genio y figura, lanza la sentencia clave: «Así está el toreo catalán, entre rejas». Sus dos compañeros asienten con la cabeza y se adentran en la «prisión». Desde allí avanzamos hasta el ruedo. El patio de caballos posee la solera de un siglo de toros que ha pasado al baúl del olvido de los políticos. Se detienen en el túnel de acceso al platillo y, como en aquellas esperas eternas en el patio de cuadrillas, suspiran y acunan sus miedos. Pero los temores nunca duermen. Aunque ahora son de otro tipo: duele la cornada contra la libertad.

Mientras charlamos, los integrantes del circo que se levanta en el albero observan a los maestros. Se nota su porte torero, la flexibilidad de unas muñecas que un día colmaron de arte aquel inmenso ruedo que hoy es carne de carpa circense, sin tigres ni leones, prohibidos por la ley animalista de Barcelona. «Aquella ley fue la primera que debimos atajar, como hicieron los cazadores que se plantaron en el Parlamento», manifiesta Barceló.

Regresan de nuevo los recuerdos, la bohemia de tiempos que no volverán. «¿A vosotros os ha dado un torero dos besos antes de hacer el paseíllo?», pregunta Patón. «Nunca», responden a coro. «Parece que está ahí ese Chamaco en la esquina —evocan—. Si alguno se hubiese atrevido a esa ñoñería de besarse antes de torear se hubiera acordado de sus muertos... Era la competencia y la hombría, la misma que hoy falta para defender muchas cosas».

La pasión del traje de luces

Nos despedimos del corralero de la plaza, Francisco García, que nos ha abierto esta «cárcel» bizantina y neomudéjar, y emprendemos rumbo a Casa Leopoldo, restaurante emblemático de Barcelona, por donde han desfilado intelectuales, filósofos, toreros, futbolistas, pintores y gentes de todos los ámbitos. El taxista asiste sorprendido al debate que se ha organizado en su vehículo azabache. Los viejos maestros añoran la algarabía de las calles antes y después de la corrida, los romances taurinos, la pasión que despertaba el traje de luces y sitios inolvidables como Casa Juan, «punto de encuentro divertidísimo entre toreros, policías y putas». «Había más de treinta bares taurinísimos en los que se reunían cientos de aficionados —rememoran—. Se dividían en chamaquistas y bernadistas». No olvidan a otros héroes de la Ciudad Condal: Manolete, Arruza, Antonio Ordóñez, Manolo González, Domingo Ortega...

Dos aspirantes a figura nos aguardan en Casa Leopoldo, sito en el barrio del Raval, una mezcolanza de culturas en esta ciudad abierta y abrazada por el mar. Sus nombres: Francisco Hidalgo y Alejandro de Benito, alumnos de la Escuela Taurina de Hospitalet de Llobregat, ubicada en un campo de fútbol. «¡Con la que está cayendo! Como para pedir una subvención a la Generalitat...», dicen con resignación. Las dos promesas saludan respetuosas a sus ídolos. Pasado y futuro frente a frente, el romanticismo y la modernidad cara a cara, una visión abisal de la vida y un aliento de esperanza.

Este restaurante, regentado por Rosa Gil —directora de la Plataforma de Defensa de la Fiesta—, es un templo sagrado. Rezuma torería por todos los rincones. Nos detenemos ante un cartel de añejo sabor. En tiempos pretéritos hubo tres plazas en funcionamiento: la antigua de la Barceloneta (inaugurada el 16 de julio de 1834), Las Arenas (29 de junio de 1900) y El Sport (14 de abril de 1914), rebautizada como Monumental el 27 de febrero de 1916. Esta última es la única superviviente en la ciudad que antaño fue la más taurina del mundo. La memoria cabalga a aquella época de los sesenta y setenta en la que Barcelona marcaba el ritmo de la temporada: «El número de corridas superaba en mucho a las de Madrid». Ascendemos al altillo y en una mesa redonda departimos sobre la que se avecina: la Fiesta y la Libertad, pendientes de un hilo. En el pleno que se desarrollará en el Parlamento la próxima semana está previsto que se debatan las enmiendas a la totalidad por la Iniciativa Legislativa Popular contra las corridas de toros. Sombras zainas y luces esperanzadoras manan del verbo de los toreros.

Cabeza de turco

La primera verónica trae aroma de primavera. Clavel se muestra «optimista». «Creo que de ésta podemos salir, aunque han dejado que trascienda demasiado. La Fiesta está pagando ahora lo poco que se ha hecho por ella durante los últimos años. Los políticos la han tomado como cabeza de turco por sus ideologías independentistas».

Se lanza al ruedo Barceló: «Van a hacer lo máximo por eliminar las corridas, pero tengo fe en que se salven. Los políticos tampoco son tontos y saben que se irá un ingreso económico y que una parte de los votantes se alejará. Ellos no atienden a libertades, sino a las papeletas». Asegura también que el mundo del toro tiene gran parte de la culpa: «La plataforma Prou! metió un gol con 50.000 firmas homologadas. Deberíamos haber hecho lo mismo y presentar nuestra baza. Aquí no se lucha nada por la Fiesta, y la primera que no lo hace es la empresa Balañá».

Patón se destapa con valor: «Hemos esperado a que el enfermo esté en la UVI. No se ha cortado por desidia. Ha habido un pasotismo total, empezando por el propio empresario, que es quien más interés debería tener. Cuando uno es todopoderoso piensa que no sucederá nada. Y sí que pasa...» Luis Barceló cree que don Pedro Balañá, que se mantuvo estoico ante la tentadora manzana de unos terrenos públicos edificables, tiene una frustración: «Extraordinario aficionado, lamenta que en su dinastía no haya nadie que siga su tradición».

La opinión de Balañá

Patón se suma a la opinión. Y revela la frase que tantas veces ha oído al viejo Balañá: «El problema no son los políticos. Ojalá yo viva muchos años, porque mientras yo esté aquí habrá toros, pero cuando yo deje de vivir ya veremos qué pasa...»

Se remonta a tiempo atrás para desvelar los males de hoy: «Todo arranca con el declive del turismo. La empresa estaba acostumbrada a abrir la taquilla y que entrase el dinero a espuertas. Tras ese bajón turístico, se genera un cambio social y político. Llega un partido que quiere dar una imagen diferencial de Cataluña. Y algunos son tan ignorantes que identifican la Fiesta con el régimen franquista. No tienen ni idea de sus raíces y de que Barcelona ha sido la ciudad más taurina».

Envidian el ejemplo de la vecina Francia. «Sarkozy ya lo ha dejado claro: los toros, ni tocarlos. ¿Por qué? Porque sabe que forman parte de la tradición de su país, y el que no quiera ir que no vaya». Los tres opinan que los taurinos han entrado demasiadas veces al trapo del sufrimiento o no del animal. «Y ésa no es la cuestión. Aquí estamos hablando del robo a una parcela de libertad». Ese atraco a mano armada en pleno «Parlament» tiene mayor «delito» por sus contrariedades: «¿Por qué no prohíben los corre-bous? Porque saben que los votantes del Valle del Ebro se alejarían. Son unos hipócritas que presumen de respetuosos y pretenden abolir todo lo que huele a España».

La ciudad que tantas veces ha enarbolado la bandera de la tolerancia fue declarada antitaurina el 6 de abril de 2004, decisión que el entonces alcalde Joan Clos argumentó como «cuestión de conciencia». Pero en el corazón de Cataluña late una afición excepcional, vapuleada por todos los frentes. El más grave: la prohibición de la entrada a los toros a los menores de catorce años. «Es lo peor que pudo pasar; intentan cortar de raíz la afición. ¿Quiénes son ellos para imponernos la educación de nuestros hijos o nietos?», exponen.

No sólo una descastada clase política ha afilado la espada de Damocles, el propio mundo del toro debe entonar el mea culpa. Clavel considera que ha faltado «imaginación». «Antes era una manera de vivir —matiza—, pero la vida ha evolucionado por otros derroteros».

Patón alza la voz como empresario: «La empresa Balañá nunca debió tener veinte años a un señor (Manolo Martín) dando corridas donde el toro no era el toro y el torero tampoco... Con esos carteles no iban ni tres mil personas a la plaza. Los políticos han sacado rentabilidad». Con aquella mala gestión de dos décadas, los toreros retirados creen que invitaron al público a cortarse la coleta. «Han dejado que se prostituya la plaza», subraya Clavel. También valoran el esfuerzo de Matilla, actual gerente del coso, para remontar el vuelo e imantar a los aficionados que han mantenido fidelidad a la temporada. No pasan por alto el nombre de la figura que ha revitalizado la Fiesta: José Tomás. «Debemos elogiar su reaparición, puesto que ha sido el único capaz de volver a colgar el “no hay billetes”». Aquel 17 de junio de 2007 la Barcelona taurina cobró de nuevo auge. En el barrio del Ensanche sólo se hablaba de toros. Anidaron las evocaciones de épocas pasadas, de una ciudad engalanada de Fiesta.

Vértice de la democracia

Pero esta semana los políticos pueden dar la puntilla a la libertad, vértice sobre el que se sostiene toda democracia, y al respeto a las minorías, tan en boga en los pasillos del Parlamento. Viajamos hasta la edad dorada de Joselito y Belmonte y ponemos sobre el tapete el augurio del Pasmo de Triana: un gobierno socialista prohibirá los toros... «Aquí ocurre una cosa: esta tendencia política practica mucho el progresismo, el querer avanzar por encima de las normas», señala Barceló. Lo más grave: el efecto dominó que podría producirse en toda la piel de toro. «¿Quiénes son los políticos para delimitar a José Tomás, a Serafín Marín o a estos dos chavales de la Escuela su profesión?», se pregunta José María Clavel.

El novillero Francisco Hidalgo ha hecho ya el paseíllo en el ruedo barcelonés; Alejandro de Benito, no. «Es el sueño de todos los que empezamos. Ojalá los políticos no me lo roben», dice. Entra al quite Hidalgo: «Cargarse la plaza de Barcelona es como aniquilar al Real Madrid o al Barça, dos históricos. Dios quiera que mis compañeros puedan disfrutar de ese sentimiento inexplicable de torear en nuestra ciudad».

Los ojos de Clavel se visten de nostalgia mientras escucha a los barbilampiños. Él, como sus compañeros, tomó la alternativa en la Monumental. Hace una pausa. Templa y se descubre al natural: «Para los que amamos este arte torear aquí marca para toda la vida». La madura terna trata de inyectar ánimo a las nuevas generaciones, pero también hablan claro, en corto y por derecho. «Hoy los matadores se permiten el lujo de estar rodándose seis o siete años. Hay demasiados toreros vegetando. En nuestra época, o te hacías millonario o, si te salías de la órbita, te ibas a casa». Hidalgo pide su turno: «Sí, pero antes uno quería ser torero para hacerse rico y ahora hay que ser rico para ser torero». Coinciden en un punto: ser torero en Cataluña es doblemente difícil y, como sentenció Mario Cabré, también es ser doblemente torero.

Después de las reflexiones, se replantea la gran duda final: ¿sobrevivirá la Fiesta? Todos confían en que se gane esta batalla, pero resta mucha guerra...

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