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Las descargas de internet

DURANTE miles de años, el mero concepto de «propiedad intelectual» resultó inconcebible. Al juglar que recorría los pueblos recitando romances no se le hubiera ocurrido impedir que su auditorio los memorizase y propagase por doquier, por la sencilla razón de que tales romances no le ... pertenecían: eran una «propiedad colectiva», brotada de los manantiales ancestrales del genio popular, sobre la que el juglar actuaba a modo de «médium» o catalizador. Con este concepto de arte nacido «desde abajo» quiso acabar la modernidad, instaurando «desde arriba» un arte que fuera instrumento de dominio sobre el pueblo, que ya nunca más sería pueblo, sino «masa analfabeta» (o, dicho más finamente, «ciudadanía»), puesto que le había sido expoliada la titularidad del acto poético. Y al pueblo al que le habían sido expoliadas las letras de los romances trataron de adormecerle la conciencia del expolio alimentándolo con «productos culturales», manufacturados por castas de «intelectuales» al servicio del dominio. Pero este arte impuesto «desde arriba» -arte que expolia la titularidad del acto poético a su legítimo propietario- tenía que mantener una apariencia «democrática». Y así, a la vez que inventa el concepto de «propiedad intelectual», que es el eufemismo con el que disfraza un expolio, urde diversos lenitivos que hagan menos oneroso tal expolio.

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