Hazte premium Hazte premium

Imitación de la vida, de la épica y de la lírica

Imitación de la vida, de la épica y de la lírica

Se ha celebrado «El baile de la Victoria» como la doble vuelta de Fernando Trueba, a la ficción y a los Oscar, y se estrena ahora tras darse un respiro de su paso a trompicones por el Festival de San Sebastián. La intuición de Trueba vio posibilidades cinematográficas en la novela del chileno Skármeta y asumió, se supone, los riesgos de meterle imágenes a una historia en la que lo lírico pretende devorar literalmente lo real, creíble y admisible; pero que, al tiempo, pretende también lo contrario, que lo social, lo concreto, lo auténtico adorne el floreo metafórico de su historia. Poner de acuerdo, entonar, los diversos estados de ánimo de cualquier historia (vida), extraordinaria o común, es el sueño de todo narrador: que matrimonien lo cómico y lo dramático, lo duro y lo blando, y Trueba extrema aún más su pretensión, pues las tres vidas (historias) que cruza aspiran a que convivan en ellas imbarajables como la pantomima y el cine negro.

Las primeras imágenes y la presentación de los personajes son esperanzadoras: el artista del robo Vergara Grey sale de la cárcel con la idea de no volver más; el joven pícaro y ladronzuelo que sale del trullo con la idea de vengarse y de dar el gran golpe, y la síntesis, ella, un personaje chaplinesco y nebuloso, Victoria, cuyo único modo de expresarse es la danza... Ricardo Darín, Abel Ayala y Miranda Bodenhöfer interpretan a estos tres personajes, quienes, a su vez, interpretan toda la aspiración de esta historia por absorber «la realidad»: el Chile oscuro de Pinochet, el renacer chileno de la democracia, la memoria, la adaptación y la inadaptación... Por orden, también, la negrura del personaje de Darín, lo tragicómico del de Ayala y lo melodramático del de Bodenhöfer... No es que Trueba necesitara buen pulso, es que hubiera sido preciso el equipo de cirujanos del Memorial Sloan Kettering Center de Nueva York para que estos costurones narrativos no dejaran cicatriz.

Sin lograr sobreponerse a su gran escollo, que es su difícil encaje con lo verosímil y su exhibicionismo sentimental, la película de Trueba logra enjaular momentos de notable intensidad, especialmente entre ellos dos, Darín y Ayala, que se hacen comprensibles y entrañables en su relación de maestro y alumno, y también algún que otro instante de lírica subida, con la peculiar Miranda Bodenhöfer entregada al baile y a encarnar un forzado anhelo de justicia poética.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación