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«Emily Dickinson. Cartas»

Edición y traducción de Nicole d'Amonville Alegría. Lumen (Barcelona, 2009). 21,90 euros. 296 páginas

«Emily Dickinson. Cartas»

«Una carta es una alegría de la Tierra - denegada a los Dioses». Son las palabras de Emily Dickinson , bella descripción del género epistolar, que la poeta (y en este caso también editora, prologuista y traductora) Nicole D'Amonville Alegría ha elegido para dar comienzo a estas «Cartas» (Editorial Lumen) de la poeta estadounidense. Una completa selección de misivas, y a su vez testimonial repaso por la vida y obra de un personaje que practicó la poesía como la condición más elevada del ser humano, punto de (resbaladiza) unión entre el misticismo y la verdad. Esa verdad tan intangible como perdurable para Emily Dickinson, «algo tan raro que es una delicia decirla», como en su día escribió la poeta a su «mentor literario», Thomas Wentworth Higginson, pues «somos permanentes temporalmente, es cálido saberlo». Y es que, como destaca D'Amonville, «para Dickinson la verdad es seimpre provisional y toda aseveración esconde su contrario». Es uno de los rasgos literarios que la editora advierte con mayor intensidad en la obra de la poeta, a cuyo estudio ha dedicado cuerpo, alma (y mucha tinta) durante los últimos ocho años. «A medida que iba penetrando en su universo mi sensación era que éste tenía un carácter infinito. Cuanto más entraba, más me quedaba por entender», cuenta D'Amonville, responsable también de la edición y traducción de «Emily Dickinson. 71 poemas» (Lumen). «Emily es muy hermética, tanto en sus cartas como en sus poemas, y mi intención era hacer un libro de referencia para el lector español -la traductora cuenta, no sin cierta tristeza, que hasta la fecha sólo había dos recopilatorios de cartas de Dikcinson en castellano-, que tuviera la sensación de plenitud, de haber entrado en el universo de esta poeta». Un universo que, palabra tras palabra, (casi) letra a letra (la importancia que Dickinson confiere a la exactitud gramatical puede resultar paranoica para cualquier despistado escritor) fue construyendo en el pequeño y familiar hábitat de la casa de Amherst , un caldo de cultivo de sensaciones que Dickinson abandonaría en (muy) contadas ocasiones hasta que la muerte la visitara con ínfulas destempladas. Nicole D'Amonville pretende, sin embargo, eliminar de su radiografía vital ese halo de «extraña reclusión» que siempre acompaña a la poeta. «Tiene una fama extraña de poeta reclusa, pero estaba totalmente conectada con el mundo».

Original y novedosa

De hecho, lo que más fascina a D'Amonville de la poeta estadounidense es «su absoluta originalidad. No es novedosa, es nueva. Lo pensó todo por sí misma». Rasgos que, tal y como desvelan sus cartas, comparte con dos autoras aparentemente diferentes,

Sor Juana Inés de la Cruz

Marina Tsvietáieva

«blanca elección»

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