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Muñoz Molina: «Hay que rebelarse contra la simplificación de España»

Muñoz Molina: «Hay que rebelarse contra la simplificación de España»

Antonio Muñoz Molina se adentra en «La noche de los tiempos» (960 páginas, Seix Barral) para contar vidas humanas «verosímiles y pertinentes, que puedan hablarle al lector». En los antípodas de las simplificaciones de la Historia, de los partidismos y de las banderías, Muñoz Molina recorre «La noche de los tiempos» como si subiera a un taxi en junio de 1936 y desde la ventanilla narrara rompiendo «la tensión del tiempo» (como decía Nabokov). La novela no trata de héroes, sino de la vida común de las personas comunes; del reverso de la épica. El protagonista Ignacio Abel es hombre desgarrado.

-¿Ese desgarro interior es el de las personas decentes?

-Quisiera creer que sí. Leyendo memorias, diarios, y hablando con personas normales y corrientes de un espectro ideológico variado pero nunca extremista que vivieron entonces, es el sentimiento principal que habita. Había la sensación de que uno estaba partido, y fuerzas demasiado violentas que tiraban de un lado y de otro. La gente normal lo que quiere es vivir, pero cuando las circunstancias se ponen como se ponen lo que siente es miedo, incertidumbre. Es lo que padecía García Lorca los últimos días de estar en Madrid, según sus amigos. Miedo.

-¿Ese miedo impidió que España amaneciera democrática?

-Eso ya no lo sabremos. Sale del espacio de la novela. Es una época en la que la democracia parece que no tiene porvenir, en la que tiene más prestigio el fascismo o el comunismo. Hay muy poca gente relevante que sea partidaria de la democracia porque estaba muy desacreditada. Es un tiempo de una gran obcecación en personas muy lúcidas: H. G. Wells o Bernard Shaw pensaban disparates enormes sobre la organización de la sociedad. La lucidez no estaba muy repartida.

-¿Qué era lo mejor de España?

-El proyecto ilustrado que viene de la Institución Libre de Enseñanza, y se manifiesta en la Junta para Ampliación de Estudios en la Residencia de Estudiantes, en el Centro de Estudios Históricos, en juristas, científicos... Cajal se da cuenta de que para que España progrese, se modernice y sea más justa tiene que abrirse al exterior. En mi novela está la contraposición entre el idealismo práctico y el alucinado. El práctico consiste en procurar hacer cosas que sirvan para la vida de la gente. Esas personas querían mejorar su país tan pobre, tan atrasado, con unas desigualdades sociales tremendas, y con unas clases dirigentes de un egoismo cerril y suicida. Gente conservadora progresista (ahora parece que es una contradicción), y dentro del campo monárquico había personas con ideas muy avanzadas que se daban cuenta de que o la sociedad cambiaba y se permitía la modernización o algo muy grave iba a ocurrir.

-¡La conciencia de Ayala!, que eligió hasta la hora de morir.

-Era un proyecto a largo plazo, las tensiones sociales son demasiado violentas y tienen que estallar. Pero no tiene por qué estallar en una Guerra Civil, ni mucho menos.

-¿Desde la «borrachera verbal» de los periódicos se escribió la novela de la guerra en el «derrumbadero» de España?

-A mí me ha obsesionado el modo en el que las palabras, en los periódicos, en los mítines, en los discursos, intoxican y uno ve cómo, con excepciones muy honrosas, la gente se dedica a echar leña al fuego. Se busca la discordia en vez de la concordia.

-La frase del diputado comunista Luis Hernández, que amenaza a Gil Robles: «¡Usted morirá con los zapatos puestos!»

-A todos se les calentaba la boca y decían cosas terribles, Calvo Sotelo... He tratado de traer al interior de la novela ese lenguaje en crudo. El efecto resulta escalofriante.

-La retórica del terrible 1936 mezclada con la escritura produce efecto colage en su obra.

-La semana políticamente espantosa que va desde el 12 (domingo, asesinan al teniente Castillo hacia las nueve y media de la noche en la esquina de Fuencarral con Augusto Figueroa, y a las tres de la mañana asesinan a Calvo Sotelo) al 18 de julio la cuento exclusivamente recortando y pegando frases de periódicos.

-También se ha inspirado en las memorias de Julián Marías.

-Era escrupulosamente republicano y católico. Y Alcalá Zamora, presidente de la República, católico, como Maura. Zenobia Camprubí, mujer de Juan Ramón, era profundamenta religiosa y progresista.

-Inolvidable ejemplo el de don Julián Marías, paladín de la libertad y que sufrió la cárcel por la delación de un falso amigo.

-Cuando hablamos de desgarro pensemos en Julián Marías, un señor que ha estudiado en la nueva Facultad de Filosofía y Letras de la Ciudad Universitaria, que ha terminado la carrera, y que va con su novia los domingos a misa. ¿Y por qué no? Y en muchas familias el marido era muy católico y la mujer no, y viceversa ¡Estamos acostumbrados a unas simplificaciones baratas de la Historia de España contra las que hay que rebelarse!

-¿Y los verdugos y víctimas?

-Hay muchos matices ahí. Hay verdugos sin escrúpulos, terribles y muchas víctimas inocentes, y hubo verdugos que luego se convirtieron en víctimas. Recomiendo un libro de Enrique Moradiellos, «1936», en el que hay un resumen perfectamente esclarecedor de qué pasó y dónde están las responsabilidades de cada cual. Hay personas que pierden la cabeza y se comportan de manera inhumana.

-La Residencia de Estudiantes pasa en cuestión de días de un campo de juegos a una morgue.

-Ortega, de niño, salía por la mañana a ver ahí los cadáveres nuevos. Eso te estremece.

-¿Se siente «atribulado» después de escribir 960 páginas?

-Inseguro.

-¿En aquella España del 36, la patria estaba deshecha y la vida en suspenso?

-Eso es lo que dice Pedro Salinas, en una carta, con incredulidad. ¿Qué haríamos nosotros si todas las seguridades de la vida desaparecieran de pronto, en un instante?

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