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Las costuras del socialismo

José Gabriel Antuñano

Las costuras del socialismo

HAN bastado unas desafortunadas declaraciones de Ana Vázquez, la portavoz del PSCyL en el Ayuntamiento de Medina del Campo, para que se hayan visto las costuras con las que se remendó el paño del Partido Socialista en la provincia de Valladolid, tras la llegada del nuevo secretario general regional, Óscar López. Durante estos últimos días se ha escenificado la fractura interna que sufren los socialistas en Valladolid y su provincia, mal cerrada con la elección de Mario Bedera, del sector oficialista, que pactó antes de la celebración del congreso provincial con Óscar Puente, que lideraba el llamado sector crítico, que no es otra cosa que la militancia de base, que tras muchos años de oposición y dedicación al aparato del partido ven, una y otra vez, cómo se imponen listas desde Ferraz con candidatos que no resultan de su agrado, y directrices que acatan sin compartir. Fue un error la retirada de Óscar Puente, que al recontar sus apoyos juzgó insuficientes para hacerse con la secretaría provincial: el temor a perder la votación y las ganas de tocar poder desde dentro, le llevaron a retirarse antes del congreso, ofreciendo una mala imagen para un líder con aspiraciones, que debería haber jugado con valentía sus cartas, quedándose a la espera para mejores tiempos, que no tardarían en venir, como ha demostrado esta pequeña crisis medinense y otros avatares previos en el quehacer de Bedera.

En estos días, Bedera ha exhibido varias carencias nada buenas para su trayectoria política y la de su formación en la provincia de Valladolid. Ha demostrado que no maneja el partido por dentro y su falta de tacto político para manejar una situación que hubiera exigido más habilidad, anticipación y capacidad dialéctica antes que ejercicio de autoridad, con la que intentaba poner orden y mostrar su liderazgo. Pero las dificultades para Bedera y la falta de estima interna no se producen sólo por este incidente, sino que vienen de atrás y tienen su base en el seguimiento a pies juntillas de las directrices emanadas desde Madrid, el desconocimiento de la realidad local y, sobre todo provincial, y la falta de tacto en las declaraciones públicas, en las que siempre deja algún que otro damnificado.

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