Hazte premium Hazte premium

Corruptos anónimos

PARA acabar con la corrupción lo primero que es menester son ganas de acabar con la corrupción. No con los costes políticos de la corrupción, sino con la corrupción propiamente dicha; entre otras cosas, porque sus costes políticos son casi nulos, ya que la gente tiende a pensar que es un problema que afecta a todos los partidos. A su vez, los partidos lo ven con conformismo o resignación como una especie de mal necesario, inevitable en grandes organizaciones porque va en los genes (a)morales de la condición humana. ¿Para qué perder tiempo, pues, en tratar de erradicarlo? Lo que hay que procurar es parecer a salvo, que la opinión pública perciba que los altos dirigentes sienten un asco intenso y profundo y están severamente dispuestos a combatir esa plaga. Por ejemplo, con códigos éticos. Esto de los códigos éticos es todo un hallazgo; se trata de convocar comisiones, mesas y foros de expertos que elaboren un pliego de cláusulas morales para que los aspirantes a ocupar cargos se comprometan a no corromperse. ¡Como si eso necesitara de una declaración! Yo, Fulano de Tal, me comprometo solemnemente a no trincar regalos ni sobornos ni mamelas varias cuando mis honradas posaderas se asienten sobre una poltrona pública. Ea, problema resuelto, ya puedo ser alcalde, o presidente de diputación, o concejal de urbanismo. Ya puede mi partido estar tranquilo de que mi honorabilidad no lo va a poner en apuros.

Por este camino tan comprensivo y rosseauniano, los partidos acabarán creando una Asociación de Corruptos Anónimos. Una ONG -sin ánimo de lucro, claro está, pero convenientemente subvencionada- en la que sobornados y sobornantes reciban bajo total reserva asesoramiento legal y psicológico de abogados y psiquiatras para superar su adicción al trinque. Un tipo llegará de noche a una reunión, se aflojará el nudo de la corbata ante la mirada solidaria y compasiva de los asistentes y declamará la frase de ritual: «Me llamo Fulano de Tal y soy corrupto». Y el preceptor le dirá que lo que necesita es ayuda para salir del abismo y reinsertarse. Otros colegas narrarán sus turbulentas experiencias para que el recién llegado contemple el valor de la terapia. «A mí me metieron en prisión preventiva y un preso común trató de darme por culo en la ducha». «A mí me dejó mi mujer porque los vecinos la increpaban por la calle». «Yo no sabía cómo explicárselo a mi hijo pequeño». «A mí me delató mi persona de mayor confianza». «Yo renuncié a una casa, un coche y un maletín que me ofrecían para recalificar una parcela». «Es duro dejarlo, hay que ir poco a poco, pero merece la pena». Y al cabo de unos meses, cuando los expertos consideren que el corrupto ya está rehabilitado y apto para no sucumbir de nuevo a la tentación, lo acompañarán a firmar el código ético para que se presente, limpio de culpa y de conciencia, a las próximas elecciones.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación