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Paroxismo surrealista

EL contraste más claro de la incompetencia de este Gobierno se produce cada vez que ha de hacer frente a una crisis, sea estructural como la económica o puntual como la del «Alakrana». Diseñado para la política gestual, para elaborar marcos superficiales de debate ideológico o para urdir operaciones de ingeniería social, se enreda en graves dificultades cuando se halla ante cualquier situación de emergencia que requiera decisiones tajantes u ofrezca variantes inesperadas o fuera de control. La falta de proyecto y de experiencia -pese a que ya son cinco años en el poder- provoca una acusada tendencia a la improvisación de soluciones desorientadas que a su vez van generando nuevos problemas en una desquiciada espiral de zozobra; esa manera repentista de gobernar se ha convertido en la característica más acusada del zapaterismo, al que las coyunturas críticas sitúan en un bloqueo caótico.

Ese colapso que suele atenazar al Gabinete en circunstancias de apuro ha alcanzado un punto paroxístico con el secuestro del «Alakrana»; a los habituales errores de precipitación, falta de perspectiva e incluso desconocimiento de los protocolos elementales de respuesta se ha unido en esta ocasión la evidencia de una profunda descoordinación de los resortes de poder ante la clamorosa inhibición del presidente. El azacaneo de varios ministros inclinados a actuar por su cuenta sin un mínimo de cohesión ha derivado en un choque frontal entre la titular de Defensa y la vicepresidenta del Gobierno, cuya disparidad de criterios se ha hecho visible en medio de un vertiginoso embrollo de competencias agravado por la intervención del poder judicial. La sensación de desconcierto y de desorden se ha apoderado de una opinión pública atónita por el espectáculo de un Estado en jaque ante el desafío de unos vulgares piratas asaltabarcos. Atrapado por la escandalosa confusión de sus colaboradores directos, Zapatero no ha encontrado mejor salida que la de culpar a los medios de comunicación de incrementar el embrollo y tratar de imponerles un silencio que no ha logrado establecer en su propio equipo, junto al que el ejército de Pancho Villa parecería un modelo de jerarquía, discreción, precisión funcional y disciplina de ajuste.

Sólo el riesgo objetivo que corre la vida de treinta y seis rehenes impide que este descalzaperros se convierta en el risible esperpento de un Gobierno a la deriva, enredado en su propio desbarajuste, y de una Justicia tan deteriorada en sus principios que ha llegado a plantearse el modo de burlarse a sí misma. Pero ni siquiera el siniestro suspense del rescate puede aplazar ya el asombro social ante esta exhibición de surrealismo político, que está haciendo trizas el Estado de Derecho y ha arrasado ya los últimos jirones de confianza en un Gobierno tan inoperante que ni siquiera necesita oposición para llevarse la contraria.

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