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La hora de la sociedad civil

EN tiempos de crisis intelectual o moral, que con frecuencia coinciden con recesiones económicas, la democracia se vuelve hacia la sociedad civil en busca de una respuesta capaz de generar nuevas esperanzas. El simple hecho de llamar sociedad civil a la que se organiza al margen de los partidos e instituciones denota una sensible desconfianza respecto de la clase política profesional, contemplada como una secta estamental que reproduce el papel de las antiguas dominancias militares o religiosas. Y no poco de sectario hay, en efecto, en su comportamiento colectivo, enfermo de corrupción y de ensimismamiento. Hace unos dias Joaquín Leguina reflexionaba con escepticismo sobre el tópico de que todos los políticos son iguales; para demostrar que no lo son, venía a decir, convendría que evitasen comportarse de forma sospechosamente similar en la defensa de sus vicios de casta.

El creciente proceso de desgaste o desprestigio de la política convencional que se viene observando en la sociología española debería propiciar un resurgimiento del protagonismo civil que activase la participación democrática; sin embargo, la articulación social al margen de las estructuras institucionales no pasa del estado abstracto porque los partidos y el poder han invadido el territorio político con una vocación excluyente. Incluso la eclosión de una emergente fuerza tercerista como la UpyD de Rosa Díez, que ilusiona a sectores urbanos desencantados de la partitocracia bipolar, se basa en la popularidad y el liderazgo de una figura del establishment fuertemente connotada de profesionalidad política. Las plataformas sociales, culturales o deportivas, los sindicatos y otras esferas asociativas están intervenidas por los poderes públicos a través de potentes redes clientelares y subvenciones diversas que coartan la independencia de su funcionamiento. De alguna manera, a lo largo de treinta años de democracia el poder tradicional se ha asegurado su hegemonía mediante la anulación de cualquier forma de autonomía civil y la subordinación a sus intereses de toda modalidad participativa.

Pero las encuestas son tercas: está creciendo el hastío ante la falta de respuestas. La versión más inane de la socialdemocracia coincide con el momento más lánguido de la derecha liberal, y en esa encrucijada de incapacidades la democracia necesita una válvula de escape para no caer en las tentaciones del populismo. La única vía posible es la de la llamada sociedad civil: foros, plataformas o tribunas de reflexión que escapen del sectarismo y propicien un rearme político y moral de la exigencia ciudadana. Para las clases urbanas, para los cuadros profesionales o intelectuales refugiados en el individualismo, es la hora de volver al debate público y rescatarlo de la esclerosis si no queremos que esa queja creciente languidezca en una pasiva renuncia conformista.

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