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Obama y el liderato blando

PRIMERA buena noticia para Obama después de muchas malas y primer logro concreto desde que es presidente. La Cámara Baja ha aprobado la reforma sanitaria, una de sus prioridades políticas. Por sólo cinco votos y faltando todavía que el Senado apruebe su versión de la misma, así como que ambas cámaras se pongan de acuerdo sobre la versión definitiva. Pero lo importante es que se haya salvado este primer escollo, en el que se estrellaron todos los intentos anteriores.

Nadie vaya a creer que la reforma convierte a la sanidad norteamericana en algo parecido a la europea. Nada de sanidad pública ni de médicos y hospitales estatales. Seguirán siendo privados, como la cobertura, a cargo de compañías aseguradoras. En realidad, se trata de una extensión del actual sistema a los que están fuera de él: se ofrece y obliga a los 36 millones de norteamericanos sin cobertura sanitaria por falta de medios o de ganas, ayuda estatal para procurársela en el mercado privado, a través de un complejo sistema de baremos, según el cual, los ingresos y el número de miembros de cada familia determinan la ayuda estatal. El coste se cifra en 1,1 billones de dólares en los próximos diez años, que posiblemente serán más, como ocurre en todas las cuentas públicas. Pero al menos no habrá norteamericanos que se mueran por carecer de asistencia médica.

El programa tiene enemigos por ambos lados. Para unos, va demasiado lejos. Para otros, se queda corto. Suele ocurrir cuando se quiere contentar a todos, que ha venido siendo el gran problema de Obama como presidente, como fue su gran ventaja como candidato. Intenta situarse en el punto medio de todas las cuestiones, incluso de aquellas que no lo tienen, lo que le roba tiempo y le hace aparecer indeciso. Pero es su forma de actuar e incluso de ser, al estar en medio de las razas, las religiones y las culturas. Vamos a ver en qué termina esta reforma sanitaria, que es semirreforma, y qué decide ante Afganistán -¿se queda, se va?-, ante las ambiciones nucleares iraníes -¿se las tolera, se las corta?-, ante la reforma financiera -¿se establecen controles más estrictos, se sigue con los actuales?-, y ante todos los problemas que tiene ante él.

Sin duda, Obama representa un nuevo tipo de liderato, más suave, más compartido, más amable que el tradicional. El problema es que el mundo todavía no está preparado para él y que incluso para imponer ese nuevo liderato, tendrá que echar mano del anterior, el de ordeno y mando, pues hay montones de gentes a las que no se convence de otra forma. Empezando por sus propios congresistas, treinta y nueve de los cuales han votado contra su reforma sanitaria. Y es que lo del poder blando está muy bien en la campaña electoral, pero en la Casa Blanca hay que tener siempre a mano la estaca. ¿Podrá, querrá, sabrá?

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