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«Yo le llamo Diego»

«Yo le llamo Diego»

Lunes por la mañana en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (el día que cierran). Llegamos cuando están cambiando los gigantescos ramos de flores del vestíbulo. Michael Gallagher, conservador jefe de pintura europea, nos guía a través de las galerías semivacías hasta su estudio. Es un claro día de otoño, medio techo de cristal y entra en tromba una luz casi perfecta. En un caballete nos aguarda el majestuoso lienzo. El velázquez que ha vuelto a la vida después de pasar 30 años en coma, en el limbo a donde van las obras maestras cuando se las separa de su autor. Malas restauraciones y trágicos barnices habían escondido el sello del genio. Gallagher ha logrado que vuelva a brillar de modo inconfundible.

-Felicidades, es muy bello...

-¡Es increíblemente bello!

-¿Usted cree que se trata de él mismo, que es un autorretrato de Velázquez?

-Yo le llamo Diego...

Dentro de Gallagher luchan un técnico y un poeta. Empieza inclinando la cabeza ante la voz del supremo especialista, Jonathan Brown. A Brown le bastó una mirada para certificar que este retrato de un hombre de mediana edad -el mismo que aparece en un lateral de la Rendición de Breda- había brotado de la mano del genio en persona y no de ningún auxiliar ni aprendiz, como se creía desde 1979. En cambio Brown descarta que sea un autorretrato. «Dice que con la rígida etiqueta de la corte de los Habsburgo habría sido inconcebible que Velázquez se atreviera a entrometerse en una escena histórica como la de Breda», cuenta Gallagher.

Él admite que tiene poco que oponer a estos argumentos excepto el pálpito de haber pasado muchas horas a solas con el cuadro. Subraya que en el inventario post-mortem de Velázquez se menciona la presencia de un autorretrato inacabado en su estudio...«Es tentador pensar que podría ser este», deja volar la imaginación. Pero él no afirma que Velázquez se pintara a sí mismo; sólo lo siente.

-En cualquier caso, sea quien sea, es una presencia imponente. Nadie puede evitar reaccionar con fuerza ante esta pintura, es tanta la intensidad de la mirada, la sensación de inmediatez.

Empieza y no acaba a colmarnos de detalles: la opalescencia general, cómo la luz se proyecta en la piel, cómo en el fondo gris, característicamente lleno de ecos de anteriores figuras posibles, se aprecia «una única corrección visible, y que podría ser para borrar un brazo que sostiene una paleta».

«Hay muchos mensajes contradictorios dentro del mismo cuadro», concluye. Muchos se perdieron cuando el lienzo empezó a dar tumbos y a ser restaurado al gusto del mercado de principios del siglo XX, con un barniz que mantenía el genio oculto como dentro de una lámpara. Por eso el cuadro, donado al Met en 1949 después de pasar por las manos hasta de familias reales, acabó descolgado de la pared y degradado del honor de ser obra directa de Velázquez. Como mucho podía ser un subproducto de su factoría, se dictaminó en 1979. Hasta que Keith Christiansen, jefe de pintura europea del Met, tuvo un golpe de instinto. Y puso a Gallagher a explorar.

-Sólo con recuperar el verdadero volumen del pelo cambia totalmente la expresión, emerge una nobleza nueva...

A las pocas horas de iniciar la limpieza el conservador ya era presa de la excitación y del pánico: «con tantas capas de barniz el original podía estar en muy mal estado, había el peligro de no encontrar nada».

Pero encontró oro. El Met lo expondrá con todos los honores a partir del 16 de noviembre. Y se despide Gallagher con un guiño a su gremio:

-Es curioso cómo a veces se cae en cierta arrogancia moderna, se mira atrás y se piensa que como antes no se tenían los medios que se tienen ahora...Pues el experto que en 1949 dijo que esto era un Velázquez era el que acertó. Y el que dijo que no lo era en 1979 se equivocaba.

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