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La cacerolada pendiente

JOSÉ María Pemán decía del Consejo Nacional del Movimiento que era «un órgano colegiado que se reúne de vez en cuando para escuchar lo que dice el aconsejado». Tan sabia definición del maestro gaditano podría aplicarse, tal cual, al Comité Ejecutivo Nacional del PP que ayer se reunió en Madrid. Mariano Rajoy pretendía sermonear a sus fieles y a sus díscolos para cerrar las heridas abiertas en un partido que es político y está quebrado. Los destinatarios principales de plática tan fundamental eran, de una parte, Francisco Camps y su mal avenida familia valenciana y, de otra, Alberto Ruiz-Gallardón y Esperanza Aguirre, quienes, como Esaú y Jacob, tienen disputa por un plato de lentejas y aún por cosas menores, pero sintomáticas de la ambición por el poder.

Aguirre faltó a la convocatoria y la plática aleccionadora se quedó en canto lastimero. Rajoy manda en Génova (calle), pero no tiene el poder y la perpetuidad de Simón Boccanegra ni de ningún otro Dogo de Génova (serenísima República Marítima). El acto se quedó en liturgia. ¿Habrá llegado el momento de poner orden en el PP madrileño con una Comisión Gestora? Aguirre, gran agitadora mediática, ya lo vió venir y, este pasado domingo, le dijo a El País, el periódico de cabecera de Gallardón y clave de la presencia de Rodrigo Rato en Caja Madrid: «Que me pongan una gestora si se atreven». Y, tras la provocación, la amenaza: «Yo les monto una cacerolada que lo de Argentina va a parecer cosa de aficionados». Como se ve, mucha ideología y muchísima altura de miras y de pensamiento.

Como suele suceder en este tipo de congregaciones frustradas, nadie quiere ser el primero en manifestar la gravedad del caso y la oportunidad del momento, pero la situación es insostenible. Aguirre viste con excusas corteses su flagrante falta de disciplina y, lo que es peor, su desprecio por un líder que, mientras no sea sustituido por quienes puedan hacerlo, es el mejor presidente que tiene el PP, la única alternativa presente frente a la catástrofe de Zapatero. Los tiempos de Rajoy, que se miden mejor con un calendario que con un reloj, no favorecen una solución que, por razones de elemental autoridad, no debe impedir la materialización de la cacerolada. En caso contrario, sin salir de Génova, el partido se trasladará a Staglieno, posiblemente el más bello cementerio del Mediterráneo sobre el que acostumbran a volar las gaviotas.

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