Una caricatura de «L'Italiana»
Puesto que el Teatro Real es de todos hay cierta lógica en ver un día a Lulú y otro a la Italiana. Al fin y al cabo es lo mismo. Philip Gossettt, especialista en temas rossinianos, dejó escrito que «por muy diferentes que puedan parecer, ... la Isabella de Rossini y la Lulú de Alban Beg tienen en común la misma facultad de seducir a los hombres». Aquel que dude del entrecomillado puede comprobarlo en el programa del Teatro de la Zarzuela de 1994. También en el que ahora edita el Real, donde «L’italiana in Algeri» se ofrece hasta el 18 de este mes. Nada menos que una «ópera normal», como bien señaló un espectador en el estreno de ayer.
Sin duda se refería a que en ella pueden escucharse detalles de noble y vieja cantabilidad en la magnífica voz de Vesselina Kasarova cuyas maneras algo sofisticadas, su oscura personalidad vocal y el dominio de la agilidad y la expresión la convierten en una protagonista única. Imponente el «Per lui che adoro» o «Pensa alla patria». También a Carlos Chausson, impecable en las maneras, el tono y el acento. Una vez más, una agradable garantía. Incluso, se admirará a Michele Pertusi, algo delgado pues le falta anchura, o a Maxim Mironov un tenor de admirable corrección y pusilanimidad.
Hasta aquí, de acuerdo con el buen espectador, quien, sin embargo, omitía algo interesante como es que esta ópera además de normal es «giocosa» y a poco que se haga con gracia hasta hilarante. Porque en este detalle se tuerce lo esperado ya que el maestro Jesús López Cobos de puro estilizar deja a Rossini en los huesos y temblando, lo que obliga a fijarse mucho para no desperdiciar el talento de tan notables intérpretes. Acompañados minuciosamente, eso sí, pero sólo acompañados. De ahí la mortecina sinfonía de entrada, los apagados concertantes, lo sosito que queda el Coro de la Comunidad o la inmensa tristeza del «Pappataci» que tantas alegrías podría llegar a proporcionar.
Los Comediants (Joan Font) lo saben y es en ese punto y en el «Pensa la patria» donde echan el resto de su talento escénico, aunque también midiendo las fuerzas y centrados en su estética colorista, cándida, evocadora e infantiloide. ¿Posible? Por supuesto, aunque le falte soltura en el movimiento escénico que tan buen resultado podría dar en el final del primer acto. De manera que, ya como cierre, únicamente queda añadir que de una aburridísima «Lulú» magníficamente representada hemos pasado a una divertidísima «Italiana» aburridamente resuelta. El público decide.
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