Dan Brown: «Mi representación del Opus Dei no fue necesariamente siniestra»
La industria de los libros tiene un secreto de vanidades y ventas: cuanto más éxito comercial tiene un autor, más amable y fácil resulta su trato. Y con ochenta millones de copias vendidas de « El Código Da Vinci », Dan Brown se puede permitir ser el más simpático de todos. Tras seis años de trabajo, y superada la distracción de un juicio en Gran Bretaña por acusaciones de plagio , el popular escritor vuelve a las librerías con un «thriller» de quinientas páginas sobre masones que amenaza con transformar a la capital de Estados Unidos en una especie de campo minado para el ocultismo. Pero a pesar de la fascinación, las polémicas inevitables y todo el dinero en juego, Dan Brown no deja de sonreír desde su privada existencia en un bucólico pueblecito de New Hampshire.
- ¿Cómo describiría «El símbolo perdido» a una persona que nunca ha leído uno de sus libros?
- Es una mirada a la América secreta, a la sociedad de los masones, y una exploración de una nueva y muy real ciencia llamada noética. Es una mezcla de lo muy antiguo y de lo más nuevo. Y de hecho la ciencia moderna no hace más que servir de eco a buena parte de la filosofía antigua.
- Paris, Roma... esta vez es Washington. ¿Qué le interesa sobre la capital de Estados Unidos?
- Washington es una ciudad de secretos. Tiene túneles subterráneos, criptas, templos, pirámides, obeliscos… Es una ciudad clásica. Y aunque no es tan antigua como otras grandes ciudades de Europa de la talla de Madrid, es una ciudad llena de secretos y gran arquitectura.
-¿Es más difícil escribir sobre la masonería o sobre el cristianismo?
- Al escribir sobre el cristianismo, uno tiene que lidiar con una teología de dos mil años de antigüedad. Y si uno escribe sobre los masones, es un fenómeno mucho más moderno y mucho más consistente. El cristianismo es diferente por todo el mundo. Es como una diana que no deja de moverse, mientras que la masonería es algo mucho más homogéneo.
- Pero esta vez usted parece moverse en la frontera del mundo físico con el mundo de la conciencia.
- Este libro, en muchos aspectos, es una exploración filosófica y psicológica. Creo que se trata de la religión del futuro.
- ¿Se considera una persona religiosa?
- Me considero una persona espiritual. Crecí en la fe episcopaliana y en un momento me aparté de la religión organizada para adentrarme en el mundo de la ciencia. Pero cuanto más he avanzado, más se ha completado el círculo de la ciencia como respaldo de la religión y la espiritualidad.
- ¿Por qué ha presentado al Opus Dei en su obra de una forma tan siniestra?
- No creo que mi representación del Opus Dei fuese necesariamente siniestra. En toda organización hay buena gente y gente no tan buena. Ya sea una universidad, o los masones o el Opus Dei o lo que sea. Me parece que el personaje Silas en « El Código Da Vinci » sirvió para argumentar que el Opus fue la única institución que le acogió. Cuando el resto del mundo fue cruel y le ridiculizó, el único lugar donde encontró amor fue en el Opus Dei. Uno de los temas recurrentes en todos mis libros es que el exceso de poder es a menudo mal utilizado. Ya sea la Agencia Nacional de Seguridad, la NASA , el Vaticano, el Opus Dei, o los masones, demasiado poder puede propiciar abusos.
- ¿Es un adicto de las teorías conspirativas?
- Soy una persona escéptica y es verdad que en « El símbolo perdido » hay un montón de teorías conspirativas porque resulta divertido. Pero continuamente el protagonista Robert Langdon las desmonta como algo ridículo aunque a veces sean populares. Por ejemplo, Langdon podría decir que aunque hay gente capaz de divisar símbolos masónicos en un mapa de Washington, si alguien mira con detenimiento un mapa de Madrid, también los podría vislumbrar allí.
- Hablando de Madrid, usted tiene una significativa conexión personal con España.
- Sí, en bachillerato pasé uno de los mejores veranos de mi vida en Gijón. Después estudié un año en la Universidad de Sevilla, viviendo en la plaza de Cuba. No me importa decirlo muy claro: España es mi país europeo favorito. He estado cinco veces en total. Me encanta su gente. Y lo que he aprendido en España es a relajarme y pasarlo bien. Yo soy de una parte de Estados Unidos conocida como Nueva Inglaterra y aquí siempre estamos concentrados, siempre trabajando, nos vamos a la cama temprano y madrugamos. Me encanta el contraste con España. Y lo que aprendí allí lo he intentado incorporar a mi vida personal.
- ¿Qué impacto ha tenido el mega-éxito de «El Código Da Vinci» en su nueva novela?
- Es curioso. En cierta forma, el proceso funciona igual. Todavía me levanto de madrugada y todavía me enfrento a una página vacía. Siempre bromeo que a mis personajes no les importa nada cuántos libros haya sido capaz de vender. Son tan difíciles de controlar como siempre. Aunque es verdad que «El Código Da Vinci» ha sido una ayuda. Ya que me ha dado acceso a información secreta en Washington a la que probablemente no tendría acceso si ese libro no hubiera sido tan famoso.
- ¿Cómo es la mecánica de su escritura?
- En «El símbolo perdido» he trabajado durante seis años, siete días a la semana, incluso en Navidad. Todos los días. Me siento en mi escritorio a las cuatro de la mañana. Trabajo en una cabaña separada de mi casa para evitar distracciones. No hay ni teléfono, ni correo electrónico, ni internet. Nada. Sólo mi ordenador. Y si por ejemplo, estoy escribiendo y necesito algún dato, cambio el color de texto para insertar después la información requerida. No me paro. Si necesito información más complicada, escribo una nota a mi esposa, Blythe. Y ella me la encuentra.
- ¿Cuál es la lectura que más le ha influenciado?
- Me acuerdo que de muy niño leí «Una arruga en el tiempo» de Madelein L'Engle. Y fue la primera vez en que me sentí realmente transportado a otro mundo por un escritor. Durante mis estudios universitarios, me dediqué a leer a los clásicos: Shakespeare, Faulkner, Borges, Cervantes... todos los grandes. Pero nada de ficción divertida para adultos. Hasta que durante unas vacaciones me leí «La conspiración del juicio final» de Sidney Sheldon . Y descubrí con asombro ese tipo de novela que me inspiró para escribir mis libros.
- ¿Le cuesta mantener su vida dentro de parámetros de normalidad?
- Lucho para mantener mi privacidad. Siento que hablar con la Prensa es algo difícil de compaginar con el proceso de escribir. Uno que tiene que concentrarse y permanecer en su pequeño mundo imaginario. Y si cada tarde uno se dedica a hablar con los medios de comunicación, a contestar las cosas locas que la gente dice, es una enorme distracción. Por eso he tomado una decisión: mi primera responsabilidad es para mis lectores y mis libros.
- ¿Tiene algún libro que desea escribir pero que le parezca imposible?
- No, pienso que cualquier libro que uno quiera escribir es absolutamente posible. Es sólo una cuestión de cuánta energía y de cuánto tiempo se dispone. Ahora mismo, estamos trabajando en la película de «El símbolo perdido» y también en la versión cinematográfica de «La conspiración I». Eso me va a mantener ocupado más o menos durante los próximos seis meses. Y entonces empezará con mi nueva novela.
- ¿Y cuál es su próximo proyecto?
- Es «top secret».
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