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¿Democracia sin valores?

En no pocas ocasiones, en algunas de mis aportaciones aparecidas en publicaciones de mayor incidencia científica, he solido repetir, como una de las constantes de nuestro devenir sociopolítico la tendencia a partir de cero tras cada cambio político, condenando en su totalidad el contenido del ... inmediato pasado y, sobre todo, cayendo en la tentación de partear supuestos «nuevos mundos» que se anuncian como soluciones para siempre. A esto se ha unido muchas veces el defecto de que lo que se engendraba estaba estrechamente unido a las circunstancias históricas y sociales de un momento dado. Con escasa o casi nula prevención de lo que habría de venir. Lo inmediato ha solido oscurecer la reflexión y cautela de lo posterior. Los españolitos que vivimos con lucidez el fenómeno de nuestra última transición, hasta ahora alabada como casi proeza sin mezcla del mal alguno, podemos recordar los ecos de lo que con frenesí se demandaba por doquier: Constitución, amnistía y, sobre todo, «estatutos de autonomía». Únicamente en lo primero había parcelas valorativas. Pero, desde la actualidad, es posible comprobar que incluso el texto de 1978 miraba mucho más a lo cercano que a lo futuro. La hegemónica concesión a los partidos políticos y las excesivas complacencias en la regulación de las autonomías son pruebas de lo primero. La ausencia de alusión al transfuguismo y hasta la más importante ausencia de algún que otro artículo sobre la figura del Heredero de la Corona (¡acaso se pensaba que nunca iba a crecer!) lo son de lo segundo.

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