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Comedia, emociones y recuento de cromosomas

No es difícil verle las costuras al guión de esta película: alrededor de dos personajes en la periferia de lo que oficialmente se considera «normal», se teje una historia de sentimientos, amistad y de un contacto emocional casi agresivo con el espectador. Él es un joven con síndrome de Down que ha conseguido su primer trabajo y ella es la chica de la mesa de al lado, tan expuesta a sus propios síndromes que apenas si repara en el de él.

En el reciente Festival de San Sebastián, donde su pareja protagonista, Pablo Pineda y Lola Dueñas, ganaron los premios de interpretación, y donde la película ya pudo comprobar que su destino es fundirse con los espectadores, hubo a pesar de todo algunas voces críticas que señalaban, como Colón señala a América, esos recursos narrativos que sin complejo ni sutilezas buscan que los lazos afectivos entre público y personajes se enrosquen prácticamente al cuello. Esa empatía de la que no se deja de hablar ahora. Es decir que a los directores de «Yo, también», Álvaro Pastor y Antonio Naharro, se les acusa de justo lo contrario que a Amenábar y su Hipatia, que se han quedado tan frescos. La emoción es, pues, para el termómetro del analista de películas un arma de doble filo: lo mismo corta hacia un lado (exceso) que hacia otro (defecto).

Si «Yo, también» se excede en emoción (en realidad, el pecado es buscarla, no lograrla) y en su afán de fundirse con el espectador, bienvenido sea este exceso, pues cumplirá mejor de ese modo la que probablemente es su máxima pretensión: ser útil. Es decir, ser eficaz en su intento de mostrarle a los demás (la mayoría, ignorantes) lo poco que importa un cromosoma más o menos para estar en plena posesión de todos los sentimientos posibles y en plena disposición de manifestarlos, padecerlos y gozarlos.

En ese sentido, Pablo Pineda ofrece un expresivo recital de cómo meterse al mundo entero en el bolsillo; ¿excesivo?... No, si se tiene en cuenta que actúa para un mundo que ha previsto una prueba prenatal llamada amniocentesis cuya utilidad es advertir a la madre del posible síndrome de Down de su futuro hijo por si quisiera interrumpir el embarazo. Pablo Pineda, universitario, profesional y síndrome de Down, tal vez no considere excesivas esas supuestas «trampas emocionales» con tal de mostrarse en su mejor versión, en su 150 por ciento, y resultarle atractivo y gracioso al mundo entero. Desde luego, con la química que produce el choque entre Pineda y Lola Dueñas, una actriz inmensa siempre, se podría levantar una central térmica.

«Yo, también» explora a lo ancho en el terreno afectivo de las personas con síndrome de Down, y husmea en todo ese espacio liso en el que habitan los clichés: la relación con la familia, con el amor, el sexo, los prejuicios... Álvaro Pastor y Antonio Naharro no renuncian ni al riesgo ni a la utilidad de tomar el camino más corto para llegar al corazón: la madre, la escuela de danza, los jóvenes amantes, los grandes problemas, la huida hacia adelante...

También es un riesgo, pero muy «útil», el enfoque optimista de la historia, su choca esos cinco. Cualquiera de los que descubren América como Colón se sabe las mil maneras de contar esta historia de un modo sombrío, patético y trágico. No sería «Yo, también», una película abierta de par en par y de la que se sale más humano que cuando se entró.

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