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El mundo de Polanski

ROMAN Polanski, el legendario director de cine arrestado en Zúrich por un pedido de extradición norteamericano, tiene una perversa capacidad para sacar a flote lo peor del sistema judicial. Ahora debe de estar pensando que los personajes de su laberinto judicial se asemejan a esos seres extraños de sus obras maestras que nos dicen que la normalidad no existe. El suyo debería haber sido un caso judicial sencillo. Polanski fue acusado de tener relaciones sexuales con una niña de 13 años en 1977, pasó unas semanas preso, admitió los cargos y negoció un acuerdo con la fiscalía. Pero luego ocurrieron cosas. Dando marcha atrás, el juez Laurence Rittenband, obseso de la publicidad, dio a entender a Polanski por medio de sus abogados que no respetaría su acuerdo con los fiscales. Al ponerlo en aviso un día antes de sentenciarlo, el juez lo incitó a que se escapara. Polanski, un hombre que algo sabe de cosas raras, hizo exactamente eso. Rittenband fue apartado de la causa, pero su sucesor, Paul Breckenridge, se negó a sentenciar a Polanski en ausencia con el argumento de que sería «fútil» porque Francia jamás lo iba a entregar. No explicó por qué la orden de arresto del director no era también «fútil» por el mismo motivo.

Cuando su víctima se hizo adulta, la joven negoció un acuerdo con Polanski; respaldada por su familia, que había iniciado la causa, solicitó al tribunal desistir de ella. Esto quitó importancia al argumento de la defensa según el cual la madre de la niña había alentado la relación. Mientras tanto, Polanski recorrió Europa rodando películas y obteniendo galardones. Ningún esfuerzo se hizo para obtener su extradición. Los propios fiscales de Los Ángeles confesaron a sus letrados estadounidenses que ya no lo perseguían de manera activa. En 2005, la solicitud de extradición fue repentinamente desempolvada. Pero tampoco entonces se hizo un esfuerzo serio para ejecutarla. Polanski continuó yendo de un lado a otro y visitando Suiza, donde tenía una casa en Gstaad, paraíso del esquí con un número abracadabrante de famosos por milla cuadrada.

El intento más reciente de Polanski para que la causa fuese desestimada, basado en parte en las revelaciones de prevaricación hechas por un documental televisivo, tropezó con un fallo alucinante del juez Peter Espinoza: muy probablemente Polanski había sido víctima de un proceso judicial viciado, pero los cargos subsistían. Ninguno de los elementos que apuntaban a la futilidad de la causa -incluida la prescripción legal del delito a los diez años- fue al parecer suficientemente persuasivo. Pero Polanski siguió entrando y saliendo de Suiza sin el mínimo estorbo... hasta su arresto, hace pocos días, cuando Estados Unidos y Suiza súbitamente recordaron que había que hacer justicia.

Ahora -la guinda del envenenado pastel- los fiscales estadounidenses sostienen que no actuaron antes debido a que esta fue la primera vez que supieron que Polanski, cuya vida transcurre a diario en el ojo público, iba a encontrarse en Suiza en un momento específico. Los suizos, cuya policía es implacable, afirman que no habían intervenido antes porque no controlan a los europeos que cruzan sus fronteras. La repentina decisión del Gobierno suizo de arrestar a Polanski por la acusación de haber tenido relaciones sexuales con una menor de edad hace 31 años contradice la campaña que hizo ese mismo gobierno el año pasado en contra de la iniciativa ciudadana para abolir las leyes que establecen plazos de prescripción en casos de pedofilia. En las películas de Polanski, las interacciones de extraños personajes revelan un mundo en el que nada tiene sentido. Su proceso legal no se queda atrás. ¿Cobraron nueva vida las antiguas acusaciones contra Polanski porque la pedofilia se ha vuelto un asunto tan sensible en los Estados Unidos? ¿Hay alguien que está preparando su carrera política en los tribunales de Los Ángeles? ¿Estaba el Departamento de Justicia norteamericano poniendo a prueba al Gobierno suizo en el contexto de los recientes choques por su persecución de los evasores de impuestos? ¿Está una mano anónima saboteando las relaciones de Estados Unidos y Francia, donde Polanski, ciudadano francés, es venerado? ¿Hay alguien que trata de echar sal sobre la herida del desencuentro entre Estados Unidos y Polonia, de por sí afectada por la decisión de Washington de dar marcha atrás en la instalación de un escudo contra misiles nucleares? ¿O fue el arresto una mera coincidencia desafortunada y por tanto estas teorías conspirativas resultan risibles?

Uno tiene la tentación de sugerir que Polanski acepte su extradición y se enfrente al tribunal, donde los factores apuntan a su favor. Eso le permitiría restablecer su antigua relación con un país al que tanto admira y donde tiene tantos amigos como en Europa. Pero es obvio, a la luz de lo narrado, que corre mucho riesgo porque nada en este proceso judicial ha sido lógico o normal. Y lo último que uno quisiera, si fuese Polanski, es que la película de su vida termine como las vidas de sus películas.

© The Washington Post Writers Group

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