«El comunismo es bueno»
Los tanques han vuelto esta mañana a la plaza de Tiananmen de Pekín. Pero no lo hicieron, como en 1989, para aplastar la revuelta de los estudiantes que pedían reformas democráticas, sino para conmemorar el 60 aniversario de la fundación de la República Popular China.
Tras derrotar en la guerra civil al Generalísimo Chiang Kai-chek, quien se refugió en Taiwán provocando la división de la isla hasta la actualidad, el líder revolucionario Mao Zedong instauró este Estado comunista que, seis décadas después, se ha convertido en la nueva superpotencia del siglo XXI tras su apertura al capitalismo desde finales de los 70.
Al igual que ya hiciera el año durante los Juegos Olímpicos de Pekín, el régimen chino ha mostrado al mundo su imparable ascenso con un espectacular desfile donde ha sacado a relucir su músculo militar, alimentado por 30 años de crecimiento económico. A las diez de la mañana (tres de la madrugada, hora española), el presidente de China, un Hu Jintao ataviado con un “traje Mao” oscuro abotonado hasta el cuello, se asomó al mismo balcón de entrada a la Ciudad Prohibida donde el “Gran Timonel” proclamó la República Popular hace ahora 60 años. Acompañado por el ex presidente Jiang Zemin y el todopoderoso Politburó del Partido Comunista, Hu Jintao pronunció desde la tribuna un discurso en el que instó a los chinos “a construir un país fuerte, democrático y con un socialismo modernizado”.
“El progreso de los últimos 60 años demuestra que sólo el socialismo puede salvar a China, y sólo la política de apertura y reforma pueden garantizar el desarrollo de China, el comunismo y el marxismo”, propugnó ante 80.000 estudiantes que abarrotaban la plaza y formaban mosaicos de colores con diferentes figuras y mensajes propagandísticos, como “Larga Vida a China” y “El comunismo es bueno”.
Tras su alocución, y como ya viene siendo habitual entre los jerarcas del régimen, Hu Jintao pasó revista a los 8.000 soldados desplegados en la avenida de Chang´An a bordo de una señorial limusina descapotable de la marca nacional Hongqing.
Al paso de la oca, las tropas del Ejército Popular de Liberación marcharon sobre la plaza con sus uniformes de gala representando a distintos batallones de Infantería, Artillería, las Fuerzas Aéreas y la Armada. Aunque con menos soldados que hace diez años, la parada ofreció una muestra del renovado arsenal militar chino, que se ha dotado de los más avanzados adelantos tecnológicos durante los últimos tiempos.
En total, el desfile presentó 52 tipos de nuevo armamento desarrollado íntegramente en China, como la última de generación de carros de combate, vehículos anfibios, radares, aviones espía no tripulados y satélites de comunicación.
Pero, sin duda, todos los ojos estaban puestos en la mayor exibición de misiles efectuada por el régimen chino hasta la fecha. Entre ellos, destacan los cohetes intercontinentales DF-31, capaces de golpear Washington con cabezas nucleares, y los cohetes de corto alcance DF-11 y DF-15, así como los proyectiles anticrucero YJ-83 y los misiles de largo alcance DH-10, que pueden llegar a la isla de Taiwán, separada de China desde el final de la guerra civil (1945-49) pero cuya soberanía es reclamada por Pekín.
Además, la parada incluyó los misiles Dongfeng 21-D, con capacidad de maniobra para acertar en un objetivo en alta mar. Su despliegue podría obligar a los portaaviones de Estados Unidos a retirar sus posiciones en caso de guerra por el control de Taiwán.
“El Ejército chino posee ahora la mayoría de las armas sofisticadas que forman parte de los arsenales de los países occidentales desarrollados”, aseguró el ministro de Defensa, el general Liang Guanglie, en una reciente entrevista a la agencia estatal de noticias Xinhua.
Mientras los misiles atravesaban la plaza de Tiananmen, 151 aviones, entre cazas J-10 y J-11, bombarderos y helicópteros, dejaban una estela de colores al sobrevolar el cielo de Pekín, extrañamente azul y donde lucía un intenso sol cenital. Un lujo sólo posible gracias a los cohetes con yoduro de plata lanzados la noche anterior para provocar la lluvia y limpiar el ambiente de la espesa niebla de contaminación que suele cubrir la ciudad.
A pesar de esta exhibición de fuerza, el régimen chino insiste en su ascenso pacífico, por lo que la parada continuó con una colorista fiesta en la que desfilaron 60 carrozas con diversos motivos propagandísticos. Junto a los retratos de Mao Zedong, Deng Xiaoping, Jiang Zemin y Hu Jintao, las carrozas representaron a la industria, el campesinado, las energías renovables, el ambicioso programa espacial y, por supuesto, a los 56 grupos étnicos del país. Entre ellos figuran los tibetanos y uigures musulmanes de Xinjiang, cuyas violentas revueltas independentistas suponen toda una amenaza para la estabilidad del régimen.
Esta descomunal exhibición “kitsch” fue artísticamente muy inferior a la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos y volvió a recuperar la iconografía proletaria del régimen comunista. Más de 100.000 estudiantes ataviados con uniformes de colores, pañuelos rojos al cuello y pompones escoltaron a las carrozas para demostrar que, a pesar de la tremenda transformación experimentada por China, hay cosas que no cambian. Como sus desfiles militares, que siguen pareciéndose demasiado a los de la extinta Unión Soviética y la hermética Corea del Norte.
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