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Estampida

SI un ex presidente viene a ser, según el célebre adagio, como un jarrón chino, pieza de gran valor teórico que nadie sabe dónde colocar para que no estorbe, un ex ministro forma directamente parte de la inservible cacharrería política. Su presencia en el Parlamento irrita a su sucesor, frente al que se sitúa ante un espejo de mutuas incomodidades, y provoca en sus propias filas la desazón de encontrarle un imposible cometido, mientras que en las adversarias siempre le tienen preparada una taza de conmiseración venenosa. La física espacial del Congreso lo apuntilla con una recolocación mortificante, pasándolo del banco azul al gallinero de las columnas; la ley de incompatibilidades lo aleja de su ámbito de trabajo y la tradicional ojeriza de sus compañeros lo expulsa de cualquier comisión en la que su opinión pudiese tener relevancia. En países como Francia o Gran Bretaña los antiguos ministros siempre tienen una alcaldía o una circunscripción a la que volver para purgar su caída con un baño de política pura, pero en España las listas cerradas sólo provocan que entre los suplentes se oiga el siniestro chasquido de las navajas, que es la banda sonora del correturno.

En esas circunstancias, a un ministro recién cesado sólo le cabe un honorable compás de espera por si el líder tiene a bien encontrarle una encomienda en la periferia del poder, o en caso contrario seguir el ejemplo de los patricios romanos que volvían al arado tras servir a la república. Como Zapatero es olvidadizo con quienes dejan de interesarle se ha producido en las últimas dos semanas una desbandada de notables aburridos de verse a sí mismos en una estantería polvorienta de viejas glorias prematuras. Tal ha sido el galope que tras la retirada de Jordi Sevilla y César Antonio Molina Moncloa llamó a rebato para que cesase la polvareda, que empezaba a ofrecer la sensación de una estampida al grito de zapaterista el último. A Bernat Soria, Mercedes Cabrera y algún otro/a los han pillado recogiendo sus cosas y de mala gana se han vuelto a sentar en el escaño que abandonaban de puntillas, pero Solbes tenía ya el teléfono fuera de cobertura y no ha escuchado los mensajes del contestador. Después de aguantar más de lo razonable en el Ministerio no ha debido de considerar justo permanecer también a la fuerza en el anaquel del trastero. Sobre todo porque su evidente disconformidad con lo que está ocurriendo en su antiguo negociado económico y fiscal se le hacía densa de disimular incluso a su discreta sonrisa de buda jubilado.

Se ha largado sin aguantar más, y detrás de él se agolpa una cola de cesantes ansiosos por salir antes de que se cierre la cancela. El ex vicepresidente se ha autoconcedido el privilegio de no esperar porque si se quedaba iba a tener que votar los presupuestos con la nariz tapada. Y eso ya lo hizo demasiadas veces cuando era él mismo quien los firmaba.

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