«No te bebas tu propia grasa»
Nueva York declara la guerra a las bebidas azucaradas con una agresiva campaña publicitaria que ya ha desatado la ira de las compañías productoras
Se levanta el telón. Se ve una botella de cola o de cualquier otra bebida azucarada abierta encima de un vaso... pero lo que cae de ella no es un límpido chorro de refresco sino unos repugnantes grumos espesos, entre amarillentos y rojizos. Es grasa ... humana tal y como se la deben encontrar los médicos que hacen liposucciones. «No te bebas tu propia grasa», reza uno de los eslóganes posibles del anuncio. Baja el telón. Pausa para vomitar.
Es sólo un ejemplo del tipo de anuncio con el que el estado de Nueva York le ha declarado la guerra a las bebidas azucaradas masiva e inconscientemente consumidas por la población norteamericana. No siempre esas espectaculares obesidades «made in USA» se ganan comiendo. Muchas se consiguen simplemente bebiendo. Que si un refresco de cola, que si una naranjada, que si un café latte con nata, que si un té de esos que venden embotellados en la tienda, y que saben tan ricos... entre otras cosas porque suelen llevar una tonelada de azúcar.
Mayor adicción
El azúcar es a los tragones lo que son a los fumadores esas pérfidas sustancias que las tabacaleras solían añadir a los cigarrillos: la garantía de una mayor adicción. Hace pocos meses un antiguo comisario de la poderosa Agencia de la Alimentación y el Medicamento (FDA) de Estados Unidos, David Kessler, publicó un demoledor libro titulado «The End of Overeating» (El Fin de Comer Demasiado). En su libro Kessler llega a la conclusión de que la industria alimentaria inunda deliberadamente sus productos de sal, azúcar y grasa para hacerlos más adictivos.
O sea que no se trata sólo de no comer y beber demasiado, sino de no comer ni beber nada que induzca a seguir comiendo y bebiendo más. Las bebidas son consideradas aún más peligrosas porque, con la excepción de las que llevan alcohol, no hacen sentir tan «culpable» a la población que las consume en exceso. Y que no se da cuenta de que, como dicen los anuncios neoyorquinos, lo que se está bebiendo es su propia grasa. A morro y en cantidad.
El concepto estaba claro pero faltaba una manera contundente de presentarlo. Ese es el objetivo de la ofensiva lanzada por el estado de Nueva York. Estos anuncios se van a ver en 1.500 vagones de metro durante tres meses. La campaña en su totalidad cuesta 277.000 dólares, de los cuales sólo 90.000 van a la parte publicitaria «creativa», sufragada por una donación privada. Significativamente el espónsor no es otro que el Fondo para la Salud Pública de Nueva York.
Huelga decir que la polémica está servida, mayormente entre los productores de las bebidas «amenazadas» por estos anuncios. Kevin Keane, portavoz de la Asociación de Bebidas Americanas, ha declarado a «The New York Times» que esta campaña les parece «más sensacionalista que efectiva» y que a su juicio «va a causar más perjuicios que beneficios».
Por supuesto eso es así si se mira desde el punto de vista de la industria. Otra cosa son, o pueden ser, los intereses del consumidor. Los fabricantes se defienden diciendo que el enfoque adecuado sería animar a la gente a quemar las calorías extra, por ejemplo, haciendo ejercicio, no metiéndole el miedo en el cuerpo cada vez que ve una botella.
Pero, ¿se asustarán de verdad? Los expertos en psicología tienen dudas. Por ejemplo un reciente y espeluznante vídeo británico contra los peligros de hacer «texting» (escribir mensajes) en el móvil mientras se conduce —un vídeo donde una joven causa un accidente donde mueren todos sus amigos— ha sido descargado más de cuatro millones de veces en Youtube. Pero las cifras de gente pillada haciendo «texting» al volante no descienden.
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