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Izquierdismo de hollín

EN Rodiezmo hace tiempo que no hay minas ni casi habitantes, y a los pocos que quedan los gobierna un alcalde del PP, pero la memoria histórica del esplendor rojo asturleonés lo ha convertido cada primer domingo de septiembre en un parque temático del socialismo nostálgico al que los líderes del PSOE acuden para marcar paquete obrerista. Alfonso Guerra, amante de la impostura teatral, se suele poner allí el disfraz de espantacuras como cuando se vestía de Creonte en el grupo Esperpento, y Zapatero se anuda el pañuelo encarnado para revivir la añoranza de sus tiempos de progre con trenka. En el anual aquelarre de izquierdismo de hollín los socialistas procuran olvidar que los abuelos de esos mineros de mirada fiera organizaron una sangrienta rebelión contra la Segunda República, y disimulan con verbo inflamado la realidad de que a la mayoría del auditorio lo reconvirtió González -con Guerra de vicepresidente- en un colectivo de prejubilatas. Por eso siempre se aseguran de prometerles una subida de las pensiones; trabajo hace tiempo que no tienen.

El presidente que ayer cantaba la Internacional y blasonaba de igualitarismo tiznado es el que no se atreve a revisar la fiscalidad de las sicavs, esas sociedades opacas con que los ricos de verdad tributan al uno por ciento. Ahí se esconde el dinero intocable de los magnates del cemento, de la energía o de la moda, y los beneficios de las estrellas del cine o de la canción que ejercen de pretorianos de la pancarta mientras la SGAE les recauda alcabalas en bodas, bautizos y comuniones. De eso no dijo una palabra a los de las minas porque se les volverían negros de ira sus pulmones manchados de silicosis. Ante unos tipos que aún sueñan con que los Reyes Magos les traigan carbón edulcoró con vaga retórica «sostenible» la cruzada anticontaminante que ha emprendido contra la industria pesada. El discurso que ZP les suelta cada año está impregnado en un fundamentalismo simplón de resonancias primigenias, esa clase de falso integrismo ideológico con que los políticos gustan de envolver su mala conciencia en escenografías amigables que por un instante los alejan de las contradicciones pesarosas del poder y les crean la ilusión de mancharse con el polvo de los terrones las suelas de sus zapatos impolutos de pisar moqueta.

En esas atmósferas tan predispuestas y complacientes se sienten con derecho a olvidar y hasta a mentir. Se embriagan de esquematismos y demagogia y pintan sus políticas con trazos de brocha gorda, como si de verdad creyesen que peregrinan a las fuentes de su vigor moral. Lo hacía Suárez en Cebreros, Felipe en Dos Hermanas y Aznar en Quintanilla... de Onésimo. En los valles de León, ZP cree bañarse en un Jordán de aguas rojas que le limpia los pecados del déficit, la improvisación y la quiebra. Pero no es el presidente de Rodiezmo, sino de España.

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