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Imprudencias

DESDE la blogosfera, el diputado Josu Ercoreca, que busca sustituir a Anasagasti como gallito de pelea de la memoria rencorosa del PNV, me arrea un espolonazo por haber defendido, supuestamente, la idiosincrasia liberal de ciertos personajes de la Bilbao anterior a la guerra civil, como Pedro de Eguillor, Lequerica (luego, ministro de Franco) o el padre de los Ferlosio, y recuerda, a este respecto, que ya Ernest Lluch, que en paz descanse, tuvo que reprocharme algo parecido.

La especie es falsa, de pe a pa. Mi bronca con Lluch no iba de si el padre de los Ferlosio era fascista o liberal, como sostiene Ercoreca, sino de si el protagonista de una novela suya de 1951 era liberal o simplemente cursi, como yo afirmaba. Ganas me dan de reproducir la controversia, pero Lluch ya no vive y se le debe un respeto. En cuanto al resto de los contertulios de Pedro de Eguillor en el Lion d´Or de mi villa natal, no recuerdo haberme ocupado de ninguno de ellos, salvo del poeta Basterra, que es justo el que Ercoreca no menciona. Nunca dije que fueran liberales. Al contrario, siempre me he referido a ellos, en general, como un grupo influido por el legitimismo de Maurras. Y al que no creo haber aludido ni de pasada es a Eguillor, blanco principal de las invectivas y descalificaciones del diputado nacionalista vasco.

Me sorprende que Ercoreca tenga la desfachatez de emprenderla a estas alturas contra Eguillor y me queda la duda lancinante de si se trata de un caso de cinismo o simple torpeza. Eguillor fue un charlista de sobremesa poco dado a publicar sus divagaciones. De sus ideas ultranacionalistas (hispanas e imperiales) no se conoce gran cosa, porque no se dignaba fijarlas por escrito. Ignoro si tuvo una juventud liberal. Es probable: los nacionalismos autoritarios e incluso los fascismos se incubaron en la crisis del liberalismo, salvo el nacionalismo vasco de aquellos tiempos, que era un integrismo fermentado sin tacha liberal alguna. Lo que importa es que, en 1936, don Pedro de Eguillor era un anciano al que encarcelaron solamente por sus ideas, porque a nadie le consta que hubiera conspirado para derrocar al gobierno ni sumarse al alzamiento militar.

Don Pedro fue internado, junto con un centenar de ciudadanos de su edad, hombres de derechas que no llegaron en activo al Directorio de Primo de Rivera, en un convento de Bilbao habilitado como centro penitenciario. En octubre de 1936, dicho establecimiento fue transferido al gobierno vasco. En enero de 1937, tras un bombardeo de la ciudad por las escuadrillas alemanas, las turbas asaltaron las prisiones. El entonces consejero de Interior, un nacionalista vasco, no quiso enviar a la Ertzantza, para evitar, dijo, un enfrentamiento con las milicias de izquierda. Finalmente, el propio lendakari Aguirre dispuso que tres batallones de UGT defendieran a los presos, orden que los milicianos cumplieron a rajatabla, asesinando a machetazos a Eguillor y a sus vecinos de celda e infortunio, entre los que se hallaba un hermano de mi abuelo, antiguo diputado y concejal carlista.

En el Congreso Mundial Vasco de 1956, Aguirre iba a deplorar aquellos asesinatos y a responsabilizarse personalmente de los mismos, ante el silencio de su consejero de Interior, que silbaba un aurresku como si aquello no fuese cosa suya. Las matanzas de enero de 1937 en Bilbao son, sin duda, un episodio muy sucio en la historia del PNV. La prudencia aconseja no meterse en estos siniestros carajales, porque lo que queda al final en el texto de Ercoreca parece un alegato para justificar retrospectivamente un crimen de guerra de su partido.

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