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El corcho ya no flota

EN la Costa del Sol, florecida de bugambillas y jazmines, los hosteleros están cruzando los dedos para que no les alcance la ofensiva de sangre y fuego. Ya llevan penitencia este verano de mesas vacías y camas vacantes en el que julio se ha ido con un agujero en la caja. «A ver si los únicos que van a venir son los que no queremos ni ver», me dice un camarero mirando de reojo las noticias del duelo en Palma. Las carreteras están llenas, pero el sector turístico recela del agosto de la crisis y ya lleva una estocada en el primer mes de la temporada alta. «Aquí los únicos brotes verdes son los de los campos de golf», bromea con sarcasmo el recepcionista de un hotel de lujo que ha sufrido, como otros, un ERE en la primavera.

En Marbella aún quedan damas de noche que se visten con elegancia para cenar y se desnudan con más elegancia aún en la madrugada; el mar sigue plateando los crepúsculos y en los chalés de Guadalmina hay obreros retocando muretes antes de que lleguen los inquilinos, pero en los restaurantes más solicitados no hacía falta reserva durante la última quincena y los hoteles de cinco estrellas han ofrecido hasta ayer descuento en sus mejores suites. Si se tambalea el turismo se desploma el PIB; en los últimos años España fue un país de albañiles y camareros y el ladrillo ya se ha derrumbado. Los camareros siguen de pie alicatados en sus uniformes pero se les está poniendo cara de músicos del Titanic. La costa está llena de esqueletos de hormigón de los que han desertado las grúas; queda una planta hotelera construida para años de vacas gordas, y mucho pequeño negocio de restauración cuyos propietarios contemplan con alarma la aprensión con que los clientes miran ahora la carta que antes ni abrían para pedir de memoria. «Ahora muchos ricos me preguntan qué tal es el vino de la casa», me cuenta la dueña de un chiringuito legendario; «yo les digo con guasa que está bien, pero es mucho peor que el de marca que me solían pedir hasta el año pasado». El ahorro y la contención eran virtudes de la prosperidad; en tiempos de quiebra la retracción del consumo apuñala la economía en los espacios intercostales. Y si los pudientes no gastan qué se puede esperar de quienes se van de vacaciones pensando en el recibo de la hipoteca de septiembre.

Esto va de culo, salvo para la clase política, que no para en gastos, y la prensa extranjera siembra el miedo entre la clientela hablándole de un país cercado por las bombas; la BBC sigue llamando «militantes vascos» a los asesinos de guardias civiles que han estado a punto de liquidar a cuarenta niños. En un periódico andaluz, un titular económico advierte que se hunde la industria del corcho; ante una paradoja así cabe preguntarse qué es lo que va a quedar a flote en este naufragio.

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