Zarzuela con acento catalán
Después de programar en los últimos años títulos como «Luisa Fernanda», «La verbena de La Paloma» o «La eterna canción», el más importante de los festivales de verano catalanes sigue creyendo en el género castizo. Y cada vez parece estar más claro que la ausencia ... de zarzuela de calidad en Cataluña tenía mucho que ver con la política: durante las dos décadas en las que gobernó CiU, todo lo que oliera a zarzuelístico fue sistemáticamente olvidado por los programadores locales, salvo por entidades de aficionados que hacían lo que podían, muchas veces sentenciando de muerte a obras maestras debido a una tradición escénica propia de festivales de final de curso. La caspa fue asentándose en el concepto de zarzuela alimentada por esta triste tradición y por una ignorante intelectualidad catalana que le negaba la espalda sin saber muy bien el daño cultural que hacía.
Pero el género ahora renace en gloria y majestad, y parte de esta «culpa» la tiene un Emilio Sagi iluminado, que llena de modernidad y de humor inteligente un género al que también se han apuntado otros creadores catalanes espléndidos, como Paco Mir, Calixto Bieito, Xavier Albertí o el reciente debut en el género de Lluís Pasqual. Este «Rey que rabió» brilló por su concepto de espectáculo moderno, por su escenografía llena de aciertos (Francisco Calcagnini), por la espléndida iluminación (Albert Faura), por los magníficos vestuarios (Pepa Ojanguren) y por esas coreografías siempre bien planteadas (Diniz Sánchez), además, claro está, por un reparto que demostró creer ciegamente en la magia de la zarzuela encabezado por una Elena de La Merced en óptimas condiciones, un entregado Pablo Martín Reyes y los expertos Emilio Sánchez, David Rubiera, Lorenzo Moncloa, Manel Esteve y Luis Cansino, estos dos últimos, auténticos genios de las tablas y del canto creando sendos personajes inolvidables.
Con el conseller Josep Lluís Carod Rovira en el palco de autoridades riéndole las gracias a Chapí, incluso la contestataria Esquerra Republicana apoyaba ese pasado zarzuelístico que, aunque algunos no quieran reconocerlo, también forma parte de la cultura catalana (el próximo curso regresa al Liceu después de dos décadas de olvido), por mucho que la demonización del género castizo haya calado hondo en un par de generaciones.
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