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Contador entierra a Armstrong

La historia del ciclismo esperaba agazapada en un giro a 5,5 kilómetros de Verbier. Una curva con forma de látigo. ¡Chasss! Contador lo empuñaba. Llevaba el Tour dos semanas anclado en el sillón de Armstrong. A su ritmo. Lento, caducado, sentado en la butaca, con Contador bien amarrado. Y llegó ese palmo de asfalto. El madrileño se levantó. La mirada alta. Estatura de mito. Hormigas en las piernas. Ríos de rabia acumulada. Hervían los grandes ojos negros bajo sus párpados. Danzaba feliz y ya solo sobre los pedales. Sin escuchar las órdenes del Astana: el pinganillo colgaba inútil, servía sólo de adorno al ágil vaivén de su pecho. ¿Qué le iba a decir su director? ¿Que esperara a Armstrong? No se puede detener a la historia. Andy Schleck salió a por él. Y no pudo. Armstrong ni eso. Ojos redondos de calavera. El americano encontró ayer el motivo para su regreso: tenía cita con el único ciclista que ha podido derrotarle. Enterrarle definitivamente. Un chaval de Pinto que en el podio besó su verdadero maillot. El amarillo.

«Alberto es el mejor de este Tour: No se puede negar la realidad. Estoy orgulloso de ser segundo tras él». Eso dijo en la cima la voz de ultratumba de Armstrong. Le hablaba al suelo. Nunca había dicho algo así. Ni la experiencia, ni su poder mediático, ni tener a todo el Astana a su servicio le han bastado para doblegar a Contador. Armstrong resurgió del cáncer, construyó una fantástica historia de siete Tours y luego, después de tres años jubilado, volvió a por el octavo. Se comprobó ayer una vez más: Kloden tiró del americano cuando Contador ya viajaba solo por delante. La traición íntima del Astana. Y esa traición engrandece aún más la victoria de Contador. En solitario. Así corre, así entró. Pistolero. Tras quince etapas sellando con el dedo sus labios, sin quejarse, ayer desenfundó. Cargó la mano y, con ese gesto que etiqueta todas sus victorias, disparó. Entre el público, su madre gritó por él. Que ella sabe bien lo que su hijo ha padecido en el Astana hasta ayer.

Hasta que devolvió a Armstrong a los archivos del Tour. ¡Pum! Sopló sobre las cenizas del americano. El estadounidense vino a conocer a los rivales de hoy y la realidad le ha presentado a Contador. Su verdugo. Un gigante ya en la historia del ciclismo: el hombre que derrotó al intocable. Y lo hizo en una etapa para la memoria. Sobre el mejor decorado: los Alpes suizos, decorados por desfiles de viñedos a capas en las colinas. En un paisaje intacto.

Astarloza fue líder virtual

El día lo lanzó un grupo peligroso, el de Astarloza, que fue líder momentáneo de la carrera -un honor- y Moncoutié, Van den Broeck, Spilak, Iván Gutiérrez, Flecha... y Cancellara. El campeón suizo. El trampolín para el supuesto ataque de los Schleck.

Aún le quedaban preguntas a este Tour. Pero se iban a acabar pronto. Antes, el Astana de Armstrong coleccionó aliados: el Liquigas, el Milram... Parecía otro día condenado a sentarse en la butaca. Otro triunfo del engatusador. Armstrong, campeón resabiado. Mil mañas. Mil declaraciones para enredar a Contador. Pero ayer, el Tour dejó de jugar al escondite. El Saxo Bank de los Schleck espolvoreó dinamita en los dos primeros kilómetros de la subida a Verbier. Mecha. Cancellara la prendió. Seguid la cruz blanca, el símbolo suizo. Los jadeos dejaron de ser en voz baja. Ya no valía fingir. Armstrong, el campeón que se había salido de su tiempo, vigilaba la rueda de Contador. Mejor así. Así vio mejor cómo se le iban el madrileño y el Tour. Los dos juntos. Unidos ya.

Fue en esa curva de látigo. La montaña se le cayó encima a Armstrong. Sonámbulo. Se le vieron arrugas sobre el retrato de lo que fue. Ya no lo es. Contador animó al resto. También dejaron atrás al americano los Schleck, Nibali, Wiggins, Sastre y Evans. Contador les enseñó el camino. La rebeldía. No se puede ganar el Tour sentado. En la cima, el ciclista de Pinto aventajó en 43 segundos a Andy Schleck, en un minuto a Nibali, el otro Schleck, el sorprendente Wiggins y el resistente Sastre. Armstrong perdió minuto y medio. A esa distancia es segundo en la general. La enorme distancia que hay entre dos eras. La de Contador y la que ayer quedó sepultada. Se notó en la cima: por primera vez el nido de fotógrafos apartó a Armstrong y gritó «Alberto, Alberto». Querían una sonrisa suya. Amarilla. La del nuevo rey.

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